Ercilla llega en sus andanzas al Estrecho de Magallanes


Como la desaparición de Caupolicán dejó al país a merced de la audacia de los conquistadores, Ereilla siguió adelante hacia el sur en demanda de tierra nueva, donde le esperaban pocas glorias y muchos trabajos y penurias.

Ya en las vecindades del estrecho de Magallanes, cumplió la hazaña que así dejó grabada a punta de cuchillo sobre el tronco de un árbol:

“Aquí llegó donde otro no ha llegado don Alonso de Ercilla, que el primero en un pequeño barco deslastrado, con sólo diez pasó el desaguadero: el año de cincuenta y ocho entrado, sobre mil y quinientos por febrero, a las dos de la tarde, el postrer día, volviendo a la dejada compañía”.

A compás del ajetreo de la guerra, había ido escribiendo los primeros quince cantos de este poema; muchas veces -como lo ha dejado dicho él mismo- “en cuero por falta de papel, y en pedazos de cartas, algunos tan pequeños que apenas cabían seis versos”.

Algunos años más tarde, ya de vuelta en España, donde le tocó vivir pobre y oscuramente, puso fin a La Araucana con esta octava rebosante de cristiana inspiración:

“Y yo que tan sin rienda al mundo he dado el tiempo de mi vida más florido, mis vanas esperanzas he seguido, y siempre por camino despeñado visto ya el poco fruto que he sacado, y lo mucho que a Dios tengo ofendido, conociendo mi error, de aquí adelante será razón que llore, y que no cante.”