Uncas, el último de los mohicanos, es reconocido por su propio pueblo


Pero el indio que se adelantó para atar a Uncas quedó pasmado de sorpresa, señalando con el dedo el pecho del prisionero, donde, por el entreabierto traje, veíase la figura de una tortuga pequeña, tatuada en color azul claro.

“¿Quién eres?”, preguntó el anciano Tamenund, agitado por una emoción extraña.

“Uncas, hijo de Chingachguk, contestó orgulloso el prisionero, el hijo de Unamis, Gran Tortuga”.

“La hora de Tamenund está cerca, exclamó el viejo jefe, pues hemos encontrado a Uncas, hijo de Chingachguk. ¡Pueda el águila moribunda contemplar el sol naciente!” Y todos los que miraron al joven indio le reconocieron como el jefe hereditario de la tribu de la Tortuga, de los delawares, por quienes estaba rodeado, y lo presentaron como su jefe; pero entonces se adelantó Magua, insistiendo en su derecho sobre Cora, la prisionera que había dejado bajo la custodia de los delawares.

“Es la ley, dijo Uncas. Llévate a tu prisionera y vete. El sol luce ahora entre las ramas de los pinos; tu camino es corto y además está libre. Cuando se vea el astro por encima de los árboles, los guerreros estarán sobre tu pista”. Y, en efecto, tal como Uncas había dicho, los delawares, a las órdenes de su nuevo jefe, salieron en persecución de los hurones, siguiendo su pista según las reglas indias de la guerra. El explorador y Heyward se pusieron a la cabeza de otro grupo de indios y, recogiendo en el camino al coronel Munro y a Chingachguk, atacaron a los hurones por retaguardia.