Los hurones piden a los delawares la devolución de los prisioneros
Este discurso satisfizo a aquella gente y Heyward, seguido por el oso, pasó con toda audacia a través de la multitud, dirigiéndose al bosque. Cuando habían andado un buen trecho, el explorador dio prisa a Heyward para que fuera al campamento de los delawares, a pedir protección, pues eran indios amigos: y Ojo de Gavilán volvió sobre sus pasos, con intención de salvar al joven Uncas, por cuyas venas corría la última sangre noble de los mohicanos.
Cuando el explorador llegó de nuevo a las afueras del campamento, encontró a Gamut y le expuso sus propósitos. Cantando a voz en cuello, Gamut lo condujo a la tienda donde Uncas estaba preso, y dijo a los espectadores que él y el oso-nigromante iban a encantar al prisionero. Creyendo que dentro de la piel del oso se encontraba la persona de su mago favorito, y que Gamut poseía facultades sobrenaturales, los indios les dejaron paso, permitiendo entrar a los dos. Una vez dentro de la tienda no perdieron el tiempo: Uncas ocupó el lugar de Ojo de Gavilán bajo la piel del oso, y, mientras, el explorador cambió su traje por el del maestro de canto, a quien debían dejar allí, pues sabían que los indios no le harían mal alguno. El ardid tuvo feliz éxito, y Ojo de Gavilán y Uncas escaparon al bosque, burlando la persecución que los hurones emprendieron tan pronto como descubrieron el engaño. Entretanto, el comandante Heyward se había apresurado de tal modo, que había llegado ya con Alicia, salvo y sano, al campamento de los delawares, donde les prometieron protección; pero cuando más adelante llegaron también Ojo de Gavilán y Uncas, estos fueron puestos bajo custodia, pero sin darles malos tratos.
Al día siguiente, Magua y una banda de los suyos se presentaron en el campamento de los delawares vestidos y pintados como en tiempo de paz, para reclamar la devolución de sus prisioneros, y para tratar de ella se convocó un gran consejo, presidido por el jefe más anciano, llamado Tamenund.
“La justicia es la ley del Gran Manitú, dijo al pronunciar su fallo el venerable Tamenund, que contaba entonces más de cien años. Hijos míos, dad alimento a estos forasteros; y luego tú, hurón, llévate tus prisioneros y parte de aquí”.
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