Capturados por los hurones y libertados otra vez por Ojo de Gavilán y los mohicanos


La situación hízose desesperada. Habiéndoseles acabado la pólvora, la mañana siguiente les encontraría a todos muertos a tiros, o prisioneros. Celebróse consejo de guerra y se decidió que el explorador y los dos mohicanos escaparan, nadando, hacia la orilla, y se dirigieran luego al fuerte, protegidos por la oscuridad, para volver con un destacamento de socorro. Todos comprendieron que los pieles rojas, en cuanto amaneciera, harían prisioneros a los que se quedaban, y era necesario que el destacamento de socorro fuese lo más fuerte posible, para poder rescatarlos. A la mañana siguiente reanudaron los hurones el ataque y, no encontrando resistencia, se dirigieron al escondrijo, donde hallaron al comandante Heyward y a las dos jóvenes, junto con el otro personaje del grupo, un tal David Mamut, maestro de canto agregado a un regimiento de Connecticut y que, en verdad, estaba algo tocado de la cabeza. En vez de quitar la piel del cráneo a sus víctimas, según tenían los indios por costumbre, Magua -que éste era el nombre del falso guía- decidió llevarlos prisioneros, y como David Gamut insistía en entonar un salmo fúnebre cuando fue apresado, los indios lo dejaron casi en libertad, pues creían, como muchos pueblos salvajes, que los dementes están colocados bajo una protección especial. El verdadero motivo de la traición de Magua era el deseo de vengarse del coronel Munro, por cuya orden había sido azotado en cierta ocasión por su mal comportamiento.

Por fortuna Ojo de Gavilán y sus compañeros, después de haberse provisto de municiones en un depósito secreto, regresaron sin haber llevado a cabo su plan de ir al fuerte. Llegaron precisamente a tiempo de alcanzar a los iroqueses en su marcha con los prisioneros y ahuyentando a Magua y sus secuaces, lograron libertar a sus amigos, por quienes se enteraron de las intenciones ocultas que tenían los indios.