LAS DOS FUENTES


Existen en la república de El Salvador una antigua y extraña leyenda sobre la laguna de Coatepeque y que asegura funesto y trágico desenlace a las bodas realizadas en sus cercanías; la leyenda se remonta a la época de la conquista y es la siguiente:

Roque Cabral, joven soldado español, impulsado por su incontenible melancolía, se pasea solo por los bosques tropicales pensando en su lejana patria, en su familia, en sus amigos..., cuando de pronto oye un suave cantar entre la fronda, modulado por una voz femenina de infinita dulzura. Silenciosamente se acerca al lugar de donde parte y, ¡oh, sorpresa!, una aparición maravillosa, una mujer de incomparable belleza deleita su vista. Es Amelicatl, quien al ver ante sí a un guerrero de brillante armadura y emplumado casco, echa a correr lanzando un grito de terror, seguida del extranjero, que ha quedado prendado de su voz y su belleza.

Pronto alcanzó Cabral a la india fugitiva y, cogidos de la mano, se dirigen a la choza del cacique Chixotl, padre de la hermosa joven. Un ademán de ésta libra al español de una muerte segura; Chixotl avanza fiero y receloso: aquel hombre es de la raza de los extranjeros que incendiaron su poblado, mataron a sus guerreros y lo obligaron a abandonar sus tierras.

-Cálmate -dícele la india-; el blanco es bueno, me ha dicho que soy su igual, que se casará conmigo y nos protegerá. ¡Padre, yo lo quiero!

EJ extranjero entrega sus armas en señal de paz y sumisión, y el viejo cacique permite que se casen. Todo es gozo y alegría entre la gente de Chixotl; todos están contentos menos uno, Jicuahuit, el fiero guerrero pretendiente de Amelicatl, quien al enterarse de lo ocurrido huye veloz, luego de haber jurado ante sus dioses vengar-se; del extranjero.

En un lugar apartado de la sonriente floresta, deciden los esposos construir su vivienda. Mientras levantan su rústica choza, los dos cantan y ríen, manifestando así la felicidad que los embarga. De pronto se oye un fatídico lamento: es el tecolote (búho), el ave de mal agüero que lanza su gemido como presagio de muerte.

Amelicatl comienza a temblar y una palidez cadavérica invade su semblante; Cabral corre para ahuyentar al importuno que turba su idilio, pero en aquel momento una saeta emponzoñada parte del bosquecillo próximo e, ; hiriéndolo en el corazón, pone fin a su vida.

La india, trémula y sin fuerzas, corre en socorro de su amado y, al ver escapar a lo lejos al despechado Jicuahuit, que satisfecho se aleja de aquel paraje lanzando una estridente carcajada, cae muerta sobre el cadáver de su esposo.

Momentos después el viejo cacique encontró los cuerpos de su hija y del soldado español. El desventurado padre cavó dos sepulturas, tan próximas que se tocaban y en ellas, ayudado por sus parientes, enterró a los enamorados jóvenes.

Cuentan los indios comarcanos que de cada tumba brotó una límpida fuente, una de agua tibia; de agua fresca la otra, y que de noche a la luz de la luna, cual nubécula visionaria, se levantan sobre ellas dos figuras que, juntas y cogidas de las manos, cruzan las aguas de la vecina laguna. Sostienen además que desde los tiempos de Amelicatl, las bodas celebradas en los alrededores de la laguna de Coatepeque terminan todas trágicamente.


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