De las distintas capas que pueden observarse en el Sol
Cuando se observa el Sol por medio de un telescopio, convenientemente provisto de lentes oscuros para proteger la vista, se pueden determinar sus distintas capas. El globo luminoso que corresponde al disco que observamos a simple vista, y que está formado por gases incandescentes, constituye la fotosfera. Se advierte que esta superficie es granulosa y está atravesada por formaciones brillantes y otras más oscuras. Las características manchas, que ya hemos descrito, se presentan en esta parte del Sol.
La fotosfera está rodeada por una especie de atmósfera de color rosado o grisáceo, formada por vapores de calcio e hidrógeno: la cromosfera. rodeada a su vez por la corona. Esta cromosfera solar, que es mucho menos luminosa que el resto de la fotosfera, no es visible directamente, por el encandilamiento que se produce. Pero en los eclipses totales de Sol, cuando la Luna oculta íntegramente el disco brillante del astro, se pueden ver las capas más externas y menos brillantes del Sol. que sobresalen del disco de la Luna. En esas oportunidades se pueden observar grandes protuberancias, que salen del borde del Sol como lenguas de fuego. Esas protuberancias son de enormes dimensiones; un cuerpo como la Tierra resulta diminuto si se lo compara con el tamaño de esas grandes erupciones de gases en estado francamente incandescente.
También visible en los breves instantes en que dura un eclipse total de Sol, existe otra capa que rodea a la que describimos anteriormente, y que recibe el nombre de corona. Tiene el aspecto de una gran aureola muy luminosa, que suele presentarse a veces en forma de penachos que se extienden a distancias muy grandes del globo luminoso. La corona parece estar constituida por una masa muy enrarecida de gases y finísimas partículas iluminados por el Sol. Una prolongación aparente de muy grandes dimensiones de la corona es la llamada luz zodiacal, que llega a hacerse visible a simple vista cuando el Sol está precisamente por debajo del horizonte, y es originada por la reflexión de los rayos solares en el polvo cósmico que flota en el éter.
El conocimiento del Sol, que antiguamente se hacía sólo a simple vista, avanzó considerablemente con el empleo del telescopio. A este instrumento se le agregó la fotografía y el espectroscopio, que permiten registrar valiosos detalles. Como el Sol es un astro muy luminoso, su imagen puede ampliarse considerablemente, sin que pierda claridad. Para observarlo se emplean enormes telescopios montados en altas torres, que están provistos de un espejo giratorio que permite seguir el movimiento del astro por el cielo.
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