TOMAS ALVA EDISON: Un hombre humilde y prodigioso


Tantos secretos le arrancó Edison a la Naturaleza, y tantas y tan estupendas maravillas ofreció a la humanidad, que sus compatriotas le solían llamar “el Mago de Menlo Park”.

Si deseamos oír música, hacemos funcionar el gramófono o el aparato de radio, y la mejor orquesta del mundo nos regala los oídos. Oprimimos un botón e inundamos de luz un aposento por medio de una lámpara eléctrica. Seis personas desean enviar seis mensajes entre dos ciudades conectadas por un solo hilo telegráfico; y el ingenioso sistema ideado por Edison permite que los seis mensajes circulen al mismo tiempo por el único alambre existente. El subsuelo de Londres se ha convertido en lugar casi bello, donde se respira aire puro, porque los trenes eléctricos, inventados por Edison o que llevan alguna aplicación de sus maravillosos descubrimientos, circulan por los numerosos túneles subterráneos que lo cruzan en todas direcciones. Nos sentamos en la butaca de un magnífico teatro y vemos desfilar ante nuestros ojos, proyectadas sobre un telón, imágenes movibles de escenas ocurridas en los más apartados confines del globo, gracias a Edison, que inventó el kinetoscopio, padre del cinematógrafo, ideado por Lumiére. Cada uno de estos inventos habría bastado por sí solo para hacer famoso el nombre de Edison; y sin embargo, los enumerados son solamente unos pocos de los muchísimos descubrimientos con que ha enriquecido a la humanidad.

El nombre de Edison es hoy célebre en todo el mundo civilizado, pero el origen de este hombre insigne no pudo ser más humilde. Como sus padres eran muy pobres, sólo asistió dos meses a la escuela. Su madre, una excelente mujer, enseñóle la lectura; y esto, en realidad, le bastó, porque se había despertado en él una verdadera pasión por el estudio.

Nació en febrero de 1847, en Milán. condado de Erie, Ohio; pero cuando sólo contaba siete años de edad, fue llevado por sus padres a Puerto Hurón, Michigan. Hallábase unida esta ciudad con Detroit por medio de un camino de hierro de 95 kilómetros de longitud, por el que circulaba un tren diariamente, excepto los domingos; y Edison, en parte por ayudar a sus padres, en parte por poder disponer de algún dinero para hacer sus experimentos químicos, buscó un empleo en este ferrocarril. La guerra civil desgarraba a la sazón a Estados Unidos de América, y la gente andaba siempre ansiosa de recibir noticias de las batallas que se libraban. Por eso Edison acostumbraba viajar en aquel tren llevando consigo numerosos ejemplares de diarios que vendía en las estaciones. Cuando dichos periódicos contenían noticias importantes, era tal la demanda que de los mismos se hacía, que, aprovechándose de la ocasión, elevaba su precio, y en alguna oportunidad llegó a vender gran número de ellos a veinticinco centavos por ejemplar.

Diose tan buenas trazas, que logró ahorrar dinero bastante para comprar tipos viejos y una prensa, ya fuera de uso, con los cuales imprimía un diario mientras el tren iba en marcha; y como a la sazón sólo contaba quince años de edad, bien puede asegurarse que ha sido el director de periódico más joven del mundo entero. Ésta fue la primera vez que se imprimió un diario en un tren, y probablemente la única, aunque, desde que se emplea la telegrafía sin hilos a bordo de los buques, los pasajeros disfrutan de periódicos que se imprimen en el mar cada día. Edison obtuvo de esta suerte no despreciables ganancias, pero al fin ocurrióle lo que él conceptuó la mayor calamidad de su vida. No contento con editar y vender su diario en el tren, instaló en un viejo y destartalado furgón de equipajes un pequeño laboratorio, en el que prosiguió los experimentos químicos que había comenzado en la cueva o sótano de la casa de su madre, siguiendo los impulsos de su inquieta mente.