SANTOS DUMONT: pionero del aire
Esta es la historia de un inventor, un hombre extraordinario a quien se deben dos de las mayores conquistas del mundo moderno en el campo de la aeronavegación. Este hombre se llamó Alberto Santos Dumont, uno de los primeros que lograron volar con un aparato más pesado que el aire, y el que encontró solución definitiva al problema de la dirigibilidad de los aeróstatos.
Alberto nació en el estado brasileño de Minas Gerais, en un lugar llamado Cabangu, donde trabajaba su padre como ingeniero del ferrocarril; empero, su infancia transcurrió en una extensa plantación de café que su padre adquirió poco después del nacimiento del futuro precursor. Inteligente y amante de los medios mecánicos que el progreso brindaba entonces, el padre de Santos Dumont transformó rápidamente la fazenda; una vez recogido, el café era transportado al secador o a las playas de estacionamiento en vagones arrastrados por una pequeña locomotora; dicho medio de tracción representaba, para la época, algo desacostumbrado.
El ingeniero Dumont comenzó a ser llamado “el rey del café”.
Alberto pasaba las vacaciones en el cafetal; una vez allí, no quería saber otra cosa como no fuera conducir la locomotora: dirigía el ferrocarril de un extremo a otro de la plantación, y cuando se cansaba, iba al taller de las maquinarias. Los operarios hallaban gracioso y simpático a aquel muchachito de doce años que todo lo preguntaba, y respondían con seriedad a sus inquisiciones; en poco tiempo se había convertido en el aprendiz más experto y desembarazado, y empezó a arreglar los aparatos y máquinas descompuestos.
Santos Dumont gustaba de la lectura casi tanto como de los aparejos mecánicos: tenía especial predilección por las novelas de fantasía de Julio Verne, en las que acaso adivinaba el mundo del futuro. Otro de sus entretenimientos favoritos era hacer cometas y planeadores de papel, y soltar globos en la fiesta de San Juan. En su mente casi infantil bullían preguntas como éstas: ¿Por qué las aves volaban, y los hombres no encontraban la manera de ejecutarlo? Esa inquietud, que existe en todo inventor y lo impulsa a hallar respuestas y soluciones, comenzaba a surgir dentro de él. Niño aún, Santos Dumont pensaba en el problema que nadie, hasta entonces, había logrado resolver: volar. Comenzó a construir cometas, cuidadosa, casi científicamente: comparaba el peso del papel, el de las varillas, el de la pasta adhesiva, con la concentración de quien está dedicado a una empresa de importancia capital. Y cuando las hacía ascender, no perdía de vista sus movimientos, ni en el mínimo detalle, estudiando el comportamiento del viento para tratar, así, desaprovecharlo y dominarlo.
Cuando llegó el momento de iniciar sus estudios secundarios, se trasladó a Campiñas y después a San Pablo. Ingresó posteriormente en la Escuela de Minas de Ouro Préto, mas no concluyó su curso de ingeniería. A los 18 años, poco después de regresar de Europa, su padre decidió dejarlo en libertad y que forjase a su arbitrio, el propio destino:
-Eres ya un hombre -le dijo-. Puedes hacer lo que, a tu criterio, parezca más conveniente.
Santos Dumont partió para París, y una vez allí prosiguió los estudios de ingeniería. Al principio, se interesó por el automovilismo, a tal punto que participó en muchas competiciones internacionales entre Francia y Bélgica, las primeras que hubo.
En aquel tiempo, esto es, hacia 1897, hacer un viaje aéreo era una proeza, y una de las más arriesgadas que se podían concebir, ya que no existía mecanismo ni medio con que gobernar un globo, único aparato de aeronavegación conocido. Una vez remontado en el espacio, nadie sabía en donde iría a aterrizar, fuera campo o ciudad. El primer aeróstato tripulado por Santos Dumont se llamó Brasil y produjo sensación en los medios aeronáuticos: era el más pequeño y más liviano de todos los fabricados hasta ese entonces; estaba hecho de seda japonesa muy fina, y pesaba tanto como un niño de diez años. Santos Dumont solía llevarlo en una maleta.
Sin embargo, lo que deseaba era un globo con motor que se pudiese guiar por el espacio de igual manera y con la misma facilidad con que él dirigía un automóvil. Con esa finalidad, prosiguió las investigaciones experimentales que iniciaran Tissandier y Giffard. Con todo, no llevaron éstas exactamente el mismo sentido, pues en tanto que Tissandier había intentado utilizar un motor eléctrico y Giffard uno de vapor, Santos Dumont se decidió por el motor de explosión. Después de los primeros estudios, llevó al terreno experimental sus conclusiones: para ello suspendió un motor de triciclo en la rama horizontal de un árbol del bosque de Boulogne, en París, y lo hizo funcionar. Verificó así que un motor suspendido no trepida. Empero, las autoridades del Automóvil Club de la Ciudad Luz calificaron de descabellado el proyecto. “Sería preferible -le dijeron- sentarse sobre un barril de pólvora con un cigarro encendido en los labios”. A pesar de eso, el inventor no desistió de su idea y dio comienzo a la construcción de un aeróstato con motor, que sería el primero de una serie de catorce. El Santos Dumont N" 1 remontó los aires el 18 de setiembre de 1898, desde el Jardín de Aclimatación, en París, pero su vuelo fue breve, pues se estrelló contra los árboles del mismo lugar.
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