HELEN KELLER


Si aquella tarde de marzo de 1887 hubiéramos penetrado inopinadamente en el hogar de la familia Keller, en Alabama, Estados Unidos, habríamos sorprendido una escena por demás insólita. En la sala, una señorita ponía en brazos de una niña de siete años una pequeña muñeca y escribía en una. de sus manos la palabra “bebé”. A la dolorosa concentración que denotaba el rostro de la niña sucedió, al cabo, una sonrisa de satisfacción. ¡Había comprendido!

¿Qué significaba aquello? Era que Helen Keller, la niña ciega-sordomuda, recibía su primera lección.

Al nacer, Helen Adams Keller era una criatura normal, pero sólo gozó breve tiempo de todos sus sentidos, como si el destino le hubiera permitido utilizarlos un poco para que en el recuerdo de las sensaciones perdidas hallara el aliento para la obra que debía realizar. En efecto, a los diecinueve meses enfermó de escarlatina, y una mañana sus padres advirtieron, con la consiguiente desesperación, que la niña había perdido todo medio de comunicación con el mundo.

Transcurridos los años de la primera infancia, y con la esperanza de encontrar alguna manera de educación para Helen, sus padres la pusieron bajo la guía de miss Anne Sullivan, quien desde entonces fue su maestra y compañera por espacio de más de cincuenta años. Miss Anne la educó utilizando el alfabeto dactiloscópico, en la forma que hemos leído. Helen relata así su primera impresión: “De pronto conocí solamente la oscuridad y el silencio... Mi vida carecía de pasado y de futuro... Pero una breve palabra expresada por los dedos de otra persona cayó en mi mano, y mi corazón se regocijó ante la dicha de vivir”.

Al mismo tiempo, miss Sullivan trataba de suministrarle una enseñanza práctica; haciendo ejercitar a la niña el sentido del tacto, le daba a conocer todos los objetos que le era posible. Fue así como un día, introducía Helen la mano en las abiertas fauces de un cachorro de león, y en otra ocasión, estrechó la mano de un oso. Una vez, miss Sullivan la levantó hasta tocar las orejas de una jirafa; en otra, Helen acarició a un leopardo y tuvo el valor de permitir que una serpiente enroscara sus anillos alrededor de su cuerpo. Así creció sin temores y se mantuvo siempre fuerte, moral y físicamente.

Tres años después, cuando ya dominaba el alfabeto manual, comenzó a estudiar el de Braille. Gracias al extraordinario talento de maestra y alumna, se logró llenar de luz ese mundo de sombras que era el alma de Helen. Sus manos poseían un sentido del tacto tan desarrollado, que reemplazaban en ella al oído y aun a la vista; colocándolas sobre la boca y la garganta de una persona, por las vibraciones de las cuerdas vocales y el movimiento de los labios, llegaba a “oírlas” hablar.

Su espíritu y su mente se desarrollaron sanos y fuertes y, mientras recibía con creciente curiosidad las lecciones de miss Sullivan, iba recobrando la alegría de vivir.

Helen aprendió muchos detalles de los pájaros y sus nidos, de la lluvia y el sol, de los insectos y las flores. Aprendió también geografía “percibiendo” las montañas y los valles y siguiendo el curso de los ríos en los mapas trazados por su excepcional maestra. A los dieciocho años sabía geometría, álgebra, física, botánica, zoología y filosofía; escribía en francés e iniciaba sus clases de alemán. Su última conquista fue el arte de hablar, o mejor dicho, de pronunciar palabras imitando las articulaciones de la voz humana. A los veinte años ingresó en la escuela superior, donde se graduó en cuatro años. Su educación estaba terminada y Helen había recuperado la alegría de vivir.

Practica deportes, tales como natación, equitación y ciclismo (en tándem) ; “oye” radio; percibe la música de una orquesta por las vibraciones a las que el suelo sirve de vehículo, y reconoce muchas composiciones musicales. “Oyendo” con su pie, por medio de las vibraciones producidas en el piso por el paso de las personas que andan a su alrededor, sabe si ellas son activas o indolentes, tímidas o audaces, si están tristes o alegres; luego de vencer su propio infortunio, dedicóse a ayudar a todos los desgraciados, de especial manera a los ciegos y sordomudos, poniendo a disposición de ellos su enorme experiencia e inculcándoles la fe y el anhelo de la recuperación. Para ello se valió del libro y las conferencias públicas. Historia de mi vida, Optimismo, El mundo en que yo vivo y Tengamos fe, son algunos de los maravillosos libros escritos por Helen. Son obras llenas de optimismo, color y poesía, en que enseña a “ver” con los ojos su sentido del olfato se halla tan desarrollado como su tacto, y así puede distinguir por su perfume las lilas blancas de las violáceas.

Por todo esto podemos juzgar de cuánto esfuerzo e inteligencia tuvo necesidad Helen para vencer en la lucha que le permitió reconquistar su vida. Aplicando al máximo todos los recursos que su inteligencia le indicaba como adecuados, se convirtió en una persona exquisita que, del alma el valor que encierran las cosas que nos rodean, a las que no damos importancia y en las cuales, sin embargo, se halla la felicidad.

La vida de Helen Keller es una permanente lección para toda la humanidad, para sanos y enfermos. Casi podría decirse de ella que es sólo espíritu, pues, privada de tres sentidos esenciales para comunicarse con el mundo exterior, Helen aprendió a comprender y amar a la humanidad.