EL PADRE TALAMANTES
Fray Melchor de Talamantes y Baeza, religioso peruano, del convento mercedario de Lima, fue uno de los dos inmortales precursores de la independencia mexicana, de los que en 1808 tuvieron la audacia de sembrar la semilla que en 1810 daría sus primeros frutos con la revolución encabezada en el pueblo de Dolores por el cura Hidalgo. Fue el otro el licenciado don Francisco Primo Verdad y Ramos, síndico de la ciudad de México.
El licenciado Verdad y Ramos fue reducido a prisión, y poco después el padre Talamantes sufrió la misma suerte. Verdad y Ramos murió en la cárcel el 4 de octubre, a pocos días de su cautiverio. En el paseo de la Reforma, en la ciudad de México, se conmemoró en octubre de 1908 el primer centenario de su muerte, con la erección de un monumento y colocación de una placa en la fachada de la casa en que estuvo el calabozo del arzobispado, donde tan tristemente terminó sus días aquel esclarecido iniciador de la independencia.
Digamos ahora algo acerca de la personalidad de Talamantes, glorificado hoy por la posteridad agradecida.
Nació en Lima el 10 de enero de 1765, y en 1779 tomó el hábito de novicio en el convento de Nuestra Señora de las Mercedes. En 1796 estaba ya graduado de doctor teólogo en la real y pontificia Universidad de San Marcos, era examinador sinodal del arzobispado y disfrutaba en su patria, como luego en la capital azteca, de extraordinaria reputación en la oratoria sagrada.
En setiembre de 1798 obtuvo licencia, así de la autoridad eclesiástica como del gobierno civil, para trasladarse a España, por requerir su presencia un arreglo de intereses de familia; pero, llegado a Acapulco para continuar su viaje en el galeón o flotilla que con rumbo a la península zarparía dos meses después, quiso visitar la ciudad de México, adonde llegó el 29 de noviembre de 1799.
Debió de aplazar Talamantes el viaje a España o desistir de tal propósito, y en breve tiempo fue el más ensalzado entre los oradores que enaltecían el sagrado pulpito. Hablando del panegírico de Santa Teresa, que pronunció el 15 de octubre de 1802 en la iglesia de los Carmelitas Descalzos -y que parece ser el único de sus sermones que se conoce impreso-, estampa el calificador, a cuya censura fue sometido para que la publicación se autorizara, estos altamente elogiosos conceptos: “Atrae de tal manera, que no se extraña la suavidad de Fenelón, la vehemencia de Massillon, la solidez de Bourdaloue, la brillantez de Fontenelle y la grandeza de Bossuet”. Era natural que tan extremado elogio despertase, no la emulación, sino la envidia entre algunos predicadores. En el mismo convento donde Talamantes se hospedaba, se le quiso imponer restricciones de disciplina claustral, a las que puso término nuestro biografiado, que no era conventual, sino huésped, domiciliándose en la casa en que ahora se ha colocado la lápida conmemorativa. Lejos de la celda, entró de lleno en la vida social y en la propaganda de sus ideales políticos en pro de la independencia de las colonias americanas.
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