Un formidable obstáculo natural: los Alpes, muralla de roca y nieve
Franqueado el camino, Aníbal se halló ante la colosal muralla de los Alpes. ¿Qué sendero seguir? Una quinta parte de los efectivos militares había caído en el trayecto cumplido hasta allí, y era imprescindible hallar una vía que fuese igualmente practicable para los soldados y para los elefantes. En la zona occidental de los Alpes existían dos pasajes conocidos, entre los cuales se vio Aníbal precisado a optar: el camino de los Alpes Cotios, que iba a dar al cantón de los taurinos por vía de Susa, y el de los Alpes Graios, que llevaba al cantón de los salasios.
La primera entrada era sin duda la más corta, pero los valles hacia los que ella conducía eran totalmente estériles, y la subsistencia de las fuerzas púnicas se haría problemática durante los siete u ocho días de la marcha. La segunda vía era un tanto más larga, pero una vez transpuesta la mole alpina, se alcanzaba uno de los valles más fértiles; además, si no más bajo, era de tránsito más fácil para los elefantes. Por este paso optó Aníbal, y remontó las márgenes del Ródano hasta alcanzar ísara; desde allí se internó en el cantón de los alóbroges, cuyo suelo mezquino apenas daba sustento para unos entecos árboles, animales y hombres: diñase que la tierra oprimía y atormentaba la vida. El frío, sutil enemigo de las montañas en alas del viento de las cumbres, era un motivo más de desesperación y desaliento.
La nieve comenzaba a trazar líneas blancas en el aire, y el frío entorpecía los movimientos de hombres y bestias; el ulular del viento envolvía la apesadumbrada melancolía de los soldados, la mayor parte de ellos hijos de tierras cálidas; los elefantes respiraban fatigosamente. El ejército todo se arrastraba como una gigantesca serpiente; subía callado en el silencio de los montes, apenas roto por el rumor de la marcha, ya que la blanca alfombra nevada amortiguaba el ruido de los pasos. Aníbal, seguro de sí mismo y de su empresa, daba ánimo a los más débiles de espíritu con su sola presencia, altiva y alegre; algunos soldados, impacientes, se preguntaban si no se encontraban ya a la vista de tierras próximas al cielo.
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