A través de montañas y ríos defendidos por ejércitos enemigos. Rumbo a Roma


Al internarse Aníbal en la región del bajo Ebro, encontró tal resistencia en los indígenas, que sólo después de dejar tendida una cuarta parte de los efectivos llegó a los Pirineos. Licenció allí parte de sus tropas: el número constituía un obstáculo en la región montañosa que comenzaba. Se quedó con sólo 50.000 infantes y 9.000 soldados de caballería, la mayor parte de ellos aguerridos veteranos de las campañas peninsulares. Marchó paralelamente a la costa, por entre las tribus celtas amigas, procurando la adhesión de las indiferentes o combatiendo a las enemigas. Hacia fines de julio había llegado a las márgenes del Ródano, sobre la confluencia con el Druencia; sólo cuatro días de marcha lo separaban de Massilia (Marsella), donde se hallaba el cónsul Escipión con 20.000 infantes y 2.000 caballeros, camino de España. Por los celtas que defendieron el Ródano contra el conquistador cartaginés, ya conocía el general romano tanto el paso del Ebro como el de los Pirineos.

El río, caudaloso y torrencial, aparecía a los ojos de Aníbal como un obstáculo insuperable: no disponía de una sola embarcación para atravesarlo; y más le preocupaba este problema que el mismo enemigo, recostado a la espera sobre el largo de la margen izquierda.

Destacó una división, la cual remontó la orilla derecha durante dos días de marcha, hasta un punto sin defensas, y por allí pasó el río en barcas allegadas por los indígenas. Entretanto, Aníbal compraba barcos y construía jangadas; y cuando vio en las cumbres de la orilla opuesta los fuegos del campamento de sus divisionarios, decidió arremeter a una contra el río y contra los enemigos. La división ibera atacó por la retaguardia, destruyó las líneas defensivas e incendió el campamento romano; Aníbal, mientras tanto, cruzó e! río utilizando todos los recursos que pudo: los elefantes viajaron en balsas de troncos, los caballos a nado, y los soldados montados en odres o sobre sus propios escudos.