UNA MUJER EXTRAORDINARIA
Doña Juana Azurduy de Padilla tenía prestados en el Alto Perú grandes y señalados servicios a la causa de la emancipación. Era mujer de grandes prendas, de un coraje desusado en su sexo, que acompañó con verdadero entusiasmo a su esposo -el coronel Padilla- en los combates, alentando, desde la primera fila, a los soldados que aquél dirigía.
Semejantes cualidades eran el asombro de los jefes realistas, quienes tenían resuelto respetar la vida de mujer tan heroica. Entre ellos había uno, el coronel Herrera, que decía: “Yo seré el primero en respetar a esa mujer, pero juro que castigaré su audacia y temeridad haciéndola prisionera”.
Herrera llegó a empecinarse tanto en esa idea que, al tener noticia de que Padilla había marchado en expedición al Chaco, dejando a su esposa encargada de la defensa de su cuartel general establecido en una de las haciendas del Pilar, llamada finca del Villar, se dirigió hacia ese sitio al frente de una fuerza de infantería, cuyo número consideró suficiente para apresar a la amazona.
Doña Juana, avisada por sus avanzadas de la proximidad del coronel realista, lo aguardó al frente de veinte tiradores y doscientos indios armados de hondas y mazas. Al verlos venir, lejos de esperar su ataque, se lanzó arrojadamente contra ellos, con tal eficacia y tanto ímpetu que, a poco de trabada la acción, los desbarató haciéndoles abandonar el campo.
Resuelta francamente por ella la lucha, se lanzó sobre Herrera, que batía al viento la enseña que se tenía propuesto enarbolar en lo más alto del caserío del Villar y, de un pistoletazo, lo tendió muerto a sus pies, tomándole bandera y armas.
El general Belgrano dio cuenta al director Pueyrredon de la valiente acción de Juana Azurduy de Padilla, y éste le mandó los despachos de teniente coronel, “en recompensa de los sacrificios con que esta virtuosa americana se presta a las rudas fatigas de la guerra, en obsequio de la libertad de su patria”.
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