UNA HAZAÑA DE MUJER


Sir Juan Cochrane había sido condenado a muerte y encerrado en el presidio de Edimburgo. Refrenando los sentimientos de su corazón, había tratado de evitar que fuera a visitarle ninguno de sus hijos, pues condenado por haber tomado parte en una insurrección contra el nuevo rey Jacobo II, temió que recayeran sospechas sobre ellos si le visitaban; cuando he aquí que el día menos pensado recibió la visita de su hija Grizel.

La entrevista fue muy triste, pues únicamente les era dado ver un débil rayo de luz. El padre de Sir Juan se había dirigido por escrito al confesor del rey, que gozaba de gran influencia, por ser el monarca muy dado a las cosas de la Iglesia pidiendo el indulto de su hijo; pero el tiempo apremiaba. El viaje hasta Londres representaba algunos días perdidos, y si el indulto no llegaba pronto, Sir Juan moriría irremisiblemente; por otra parte, la sentencia debía de hallarse ya camino de Edimburgo.

Mientras hablaban acerca de lo desesperado de la situación, ocurriósele una idea a Grizel, y determinó ponerla por obra sin la menor dilación.

Al día siguiente, montó a caballo y tomó el camino del Sur. Se dirigió primeramente a casa de su antigua nodriza, pidióle los vestidos de su hermano de leche y prosiguió su viaje en busca del mensajero que debía llevar firmada la sentencia de muerte de su padre. Descubierta la posada en la cual se hallaba el mensajero, encontró a éste durmiendo exhausto de fatiga por la larga jornada. Pero, como le viese dormido sobre la valija, y por otra parte no se atreviese a quitársela, se acercó a él cuidadosamente y le descargó las pistolas. Montó de nuevo, se alejó, y en cuanto estuvo a cierta distancia de la posada, esperó a que pasase el mensajero.

Poco después, pasó éste montado a caballo, y entonces Grizel, haciéndose la encontradiza, le saludó afablemente, entabló con él conversación, y anduvo largo trecho a su lado. Cuando estuvo ya segura de que había de salirle bien el golpe que proyectaba, le dijo con gran calma que debía entregarle sin dilación la valija. Creyó al principio el mensajero que el joven (no podía él suponer que fuese una muchacha), le hablaba en broma; pero, ya colérico al ver que persistía en su pretensión, cuando la joven le apuntó con un pistolete, él sacó uno de los suyos y disparó.

¡Cual no fue su sorpresa al advertir que el arma estaba descargada! Echó mano a la otra pistola, mas como le diese igual resultado, saltó del caballo para arrojarse sobre el que de aquella manera le asaltaba; pero la joven.

 

 

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tencia de muerte, se dirigió al galope a