Seis alumnos caen heroicamente en la lucha
Juan de la Barrera cayó acribillado por las balas, al igual que los soldados que estaban a sus órdenes, en la defensa del hornabeque.
Vicente Suárez, uno de los alumnos-más jóvenes, que era el pequeño vigía del mirador del Castillo, se hizo fuerte en su puesto; blandiendo la bayoneta contuvo por un momento el alud, invasor que irrumpió en su atalaya, entablando reñido combate hasta que cayó herido de muerte.
La lucha se generaliza en el interior de la fortaleza. En las estancias, invadidas por numerosos soldados, suenan atronadores disparos y se llenan de humo. Agustín Melgar, parapetado detrás de unos colchones, mantiene a raya al enemigo con su fusil, hasta que, habiéndosele agotado las municiones, hace uso de la bayoneta, lucha cuerpo a cuerpo con soldados superiores en fuerza y estatura y, finalmente, cae herido de muerte tras haber recibido un balazo en la pierna derecha, otro en el brazo izquierdo y, además, un bayonetazo que le atravesó el costado derecho. Murió a las tres de la tarde del día siguiente, después de haber sufrido la amputación del brazo.
Juan Escutia luchó denodadamente, con el más exaltado valor juvenil, y cuando comprendió que el avance del enemigo no podía ser contenido, corrió al salón donde se encontraba una bandera que había pertenecido a uno de los cuerpos de la Guardia Nacional que había sucumbido en Churubusco; la tomó y, envolviéndose en ella, se arrojó al vacío, y murió estrellado sobre las rocas del cerro.
El cadete Fernando Montes de Oca,, parapetado detrás del marco de una puerta, resiste con denuedo, hasta que un soldado negro aparece a sus espaldas y lo deja sin vida.
Y Francisco Márquez, el benjamín de los héroes, firme en su puesto de honor, espera impasible que el enemigo se vaya acercando. Un gigantesco soldado lo conmina a que se rinda. Pero el chiquillo, por toda contestación, levanta rápidamente el fusil y dispara. El enorme soldado se desploma en el mismo instante en que una lluvia de balas abate al pequeño y bravo defensor, que así rindió su vida.
Refiérese que, una vez terminada la lucha y recogidos los cuerpos de quienes cayeron en ella, al levantar a Márquez para llevarlo al hospital de sangre, se le oyó murmurar:
-¡Mamá...! ¡Viva México!
Y dícese también que el general norteamericano, al ordenar que se atendiera por igual a sus soldados heridos y a los defensores del Castillo, advirtió el cuerpo inerte y ensangrentado de Márquez y no pudo menos que exclamar, conmovido: -¡Pero si era un niño!
Pagina anterior: El asalto al castillo después de una jornada de bombardeo
Pagina siguiente: Honras póstumas dedicadas por la patria a sus héroes