LOS NIÑOS HÉROES DE CHAPULTEPEG
El cerro de Chapultepec, desde cuya cima se domina el espléndido valle de México, fue escogido por el virrey Matías de Gálvez, en el año 1783, como el lugar más indicado para edificar una mansión que sirviera de casa de campo para solaz de las primeras autoridades de la colonia. En el transcurso de los años, el pueblo llamó a esa construcción el Castillo de Chapultepec.
En 18(36, el Castillo se transformó en residencia del emperador Maximiliano, quien lo embelleció y comunicó con la ciudad por medio del amplio y elegante Paseo de la Reforma. Con posterioridad lo habitaron algunos presidentes de la República, hasta que Cárdenas lo donó a la ciudad. Desde entonces se utiliza para alojar a los visitantes de honor y para Museo de Historia de la Nación.
El parque que lo rodea y que tiene una frondosa vegetación de ahuehuetes centenarios, sauces, fresnos y encinas, está cruzado por varias calzadas y contiene un lago, un jardín botánico, un parque zoológico, el Casino Militar, el club de golf Azteca y la residencia presidencial de Los Pinos, a cuya vera se alza el histórico Molino del Rey.
Al Castillo se asciende por una rampa que bordea la parte norte del cerro. En 1945 se reunió en él la Conferencia Panamericana, cuyos resultados, que afirmaron la solidaridad continental, quedaron establecidos en la llamada Acta de Chapultepec.
A mediados del siglo pasado, la sublevación de los colonos norteamericanos de Tejas encendía la llama que, convertida en hoguera de pasiones, movilizó los ejércitos que en 1847 avanzaron sobre la capital de la república mexicana como pujante ola arrolladora, con la confianza que les daban la superioridad del número y la gran eficacia, de sus armamentos.
Y sucedió lo previsto: el ejército mexicano sufrió la más amarga de las derrotas, y el paciente pueblo azteca contempló, con lágrimas en los ojos, cómo las banderas del invasor ondeaban orgullosas, mecidas por el triunfo, en el corazón de su patria.
Pero no todo había terminado, aún quedaba el Castillo de Chapultepec. En él, un grupo de niños en cuyos corazones latía, infatigable y puro, el amor a la patria, iba a dar al invasor y al mundo entero una lección inolvidable de heroísmo y sacrificio.
La acción de este grupo de adolescentes debe erigirse en monumento perenne, para que las generaciones venideras sigan su ejemplo en las luchas por la libertad.
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