LA INUNDACIÓN EN LAS CATARATAS DE LINTON


En el río Wharfe, en Inglaterra, por las continuas lluvias, con el doble de su caudal ordinario, corría impetuoso por entre sus orillas, produciendo un ruido ensordecedor. Ya no era, al llegar a Skiptem, aquel río manso, tranquilo de siempre, sino un torrente salvaje, devastador, majestuoso en la apariencia y peligroso en extremo para todo aquel que intentara ponerse al alcance de su impetuosa corriente.

Descuidados en todo y no pensando mas que en jugar, estaban los muchachos divirtiéndose en la orilla. Sus risotadas hendían el aire de vez en ciando, al caer uno encima del otro, para volver luego a levantarse y comenzar de nuevo su juego.

Súbitamente uno de ellos, de cinco años ¡tan sólo, resbala y cae en el torrente, desapareciendo en un momento arrastrado, río abajo, con rapidez vertiginosa.

Los alaridos de sus compañeros llamaron la atención de Catalina Verity, muchacha del cercano molino, quien, al oírlos, arrojó lejos de sí el libro en que leía y corrió a enterarse de lo¡ que pasaba. Una sola ojeada bastó para que lo adivinara todo. En un instante resolvió lo que debía de hacer 1 Arrojarse al río sin más ni más era inútil, porque con el tiempo transcurrido, aunque breve, el niño estaría ya a más de cien metros de aquel sitio. Echó a correr la animosa muchacha con la rapidez del rayo por la orilla, río abajo, en busca del pobre niño que estaría ahogándose. Al llegar a unos doce metros sobre el nivel de las terribles cataratas de Linton lo alcanzó. Pocos metros más de recorrido, y nada en el mundo hubiera podido impedir que el niño fuese precipitado en medio de aquel horrible torbellino, cuyas espumosas aguas iban a estrellarse en las puntiagudas rocas inferiores.

La muchacha no vaciló un instante. Arrojóse a la impetuosa corriente, tal como se ve en el grabado, y cogió al muchacho en el momento de ser arrastrado había abajo.

Siguióse luego una lucha desesperada, tremenda. La fuerza del agua parecía irresistible.

La muchacha sabía, no obstante, lo que había de hacer: colocó al muchacho en sus hombros y comenzó a nadar; reteníala la corriente y no podía en el primer momento adelantar ni un paso; pero como no tenía prisa ni conocía el miedo, su braceo siempre firme no cedió jamás a ninguno de estos dos sentimientos, y poco a poco, de centímetro en centímetro, como s: dijéramos, fue abriéndose paso hasta la orilla. Más de una vez arrastróla la corriente contra una, roca y su muerte parecía inevitable, pero supo sortear el peligro con su serenidad, y nadando, nadando despacio, Mego lo suficientemente cerca de la orilla para que alguien la sacara del agua, ensangrentada y casi desvanecida, pero sujetando fuertemente; al niño salvado por ella.

Por! esta heroica acción, cuyo feliz resultado fue la salvación de aquel niño, el gobierno concedió una medalla de bronce a la animosa muchacha yorquina, llamada Catalina Verity.