LA HEROÍNA GRIZEL HUME


Quizás no se registre en la historia un relato más encantador de abnegación y heroísmo que el que nos ofrece la vida de Grizel Hume. Muchos son los que ante una situación desesperada pueden convertirse en héroes; mas esta simpática joven lo fue toda su vida. Nació en el castillo de Redbraes, condado de Berwick, en Escocia, el día de Navidad de 1665, y fue hija de sir Patricio Hume u Home. De los diecisiete hermanos que tuvo, de los cuales sólo dos eran mayores que ella, ninguno como Grizel mereció de su padre más demostraciones de afecto. Por su parte, la niña dio muestras de tan extraordinaria inteligencia, que, aun siendo de muy corta edad, le confió sir Patricio secretos que se referían a su vida entera, no menos que a la fortuna de su familia.

Preciso es recordar, antes de pasar adelante, que por esta época, Escocia e Inglaterra eran presa de gran excitación, motivada por las encarnizadas luchas religiosas a que dio origen la aparición del protestantismo. Predicada la Reforma en las Islas Británicas, los escoceses convertidos a ella se comprometieron con juramento a hacer cuanto estuviese en su mano para oponerse al Papa y al propio tiempo para fomentar y propagar la doctrina protestante. Este juramento se conoce en la historia con el nombre de Covenant, que significa Liga para la defensa de su fe.

Cuando la unión de Escocia e Inglaterra contra Carlos I, ambas naciones prestaron el mismo juramento, y más tarde al permitir a Carlos II, después de su destierro, que volviese a Inglaterra para tomar posesión del trono, este monarca firmó el Covenant al desembarcar, y volvió a firmarlo al ser coronado. Ello no obstante, y a pesar de todos los juramentos, en cuanto se hubo sentado en el trono Carlos II declaró ilegal el mencionado pacto y prohibió, so pena de muerte, que nadie pudiera ser obligado por él. Resultado de esto fue la guerra civil. Enviados los ejércitos realistas contra los coligados, éstos fueron tratados con gran crueldad, y la tierra escocesa quedó regada con la sangre y las lágrimas de sus hijos.

El padre de Grizel, por hallarse entre el número de los conjurados, estuvo encarcelado varias veces. No contaba su hija más de diez años, y ya se había dado cuenta de todo lo que sucedía; mas aun, tomando, naturalmente, el partido de su padre, ardía en deseos de venganza contra las inhumanas tropas del rey. A los doce años, estaba destinada a representar el primero de los muchos papeles heroicos que había de desempeñar en su vida.

Acababa de ser encerrado en la cárcel de Edimburgo un caballero, Roberto Baillie, acérrimo coligado, que se había captado la estimación de todo el partido, por su natural sobremanera simpático. Con la mayor moderación, había hecho Roberto cuanto estaba en su mano por obtener justicia en favor de un ministro, partidario del Covenant, encarcelado injustamente por las falsas acusaciones de un bribón. No se inquietaron mucho las autoridades por el ministre; lo único que deseaban era apoderarse de Baillie. Metiéronle, pues, en una cárcel, en la que lo tuvieron encerrado durante largo tiempo, hasta que un día, después de varios supuestos procesos, hallándose el infeliz a las puertas de la muerte, lo condujeron ante el tribunal, lo sometieron a un juicio y lo sentenciaron a morir ahorcado y a ser descuartizado luego. A pesar de encontrarse moribundo, el desgraciado reo fue ajusticiado, de conformidad con la sentencia Ocurrió esto poco antes de la fecha en que empezamos nuestro interesante relato.

Cuando por primera vez tropezamos con Grizel, Baillie se hallaba en la cárcel. Sir Patricio tenía necesidad de comunicarse con él, pero no atreviéndose a hacerlo en persona, pues era segura su detención si lo intentaba, encargóse de hacerlo en su lugar la valiente Grizel, que a la sazón sólo contaba doce años. Aguardó el momento en que el carcelero entró en la cárcel, siguióle rápida y silenciosamente y, oculta entre las sombras de la celda, esperó a que aquél se hubiese ido para salir de la oscuridad y presentarse al prisionero, a quien entregó el mensaje que de su padre había recibido.

Con el infeliz encarcelado se hallaba en la celda un niño de corta edad, Jorge Baillie, hijo de Roberto. ¡Cuánto admiró este niño el valor y la habilidad de la pequeña Grizel en burlar la vigilancia del carcelero y penetrar en la cárcel! Ella, por su parte, admiró con igual ingenuidad al pobrecillo que tan animosamente compartía la suerte de su padre.

Idéntica destreza, empleó para salir del encierro, y desde Edimburgo tomó el camino de la casa de su padre y comunicó a éste la respuesta a su importante mensaje.

Ejecutado Baillie, nada deseaban tanto las autoridades como la vida del esforzado sir Patricio y, en efecto, había pasado un año, poco más o menos de la muerte de aquel caballero, cuando llegó a oídos de los Hume que los soldados se encaminaban al castillo de Redbraes. En este caso el arresto equivalía a la muerte, pero, ¿cómo evitar el caer en manos de los perseguidores? Evidentemente era inútil tratar de esconderse en el castillo ni en sus cercanías, porque los soldados no dejarían piedra sin mover en su afán de capturar al perseguido. Sir Patricio, su esposa, Grizel y un carpintero llamado Winter, reunidos para idear algún plan salvador, se decidieron por un lugar oculto, que ni siquiera comunicaron a los demás niños ni criados, a fin de que los soldados no pudieran arrancarles el secreto a viva fuerza.

Al caer de la noche, Winter y Grizel se encaminaron a la iglesia de Polwarth, distante del castillo milla y media. Llevaron a ella una cama y la ropa más imprescindible, y en el mismo lugar de la iglesia en donde se hallaba el sepulcro de los Hume, arreglaron la habitación en que debía ocultarse sir Patricio. Trasladado el caballero escocés al sombrío paraje, tan luego como estuvo dispuesto para recibirle, no tardaron los soldados en llegar al castillo y no hallando en él la menor huella que indicase el paradero del proscrito, creyeron que habría huido de aquellos contornos. Cierto que el padre de Grizel estaba en lugar seguro, pero debía ser socorrido con alimentos; no podía volver al castillo, porque los soldados vigilaban los alrededores, pero si no se le asistía, moriría igualmente en el lugar en que se hallaba. Mas no se amilanaba por esta dificultad el esforzado ánimo de Grizel.

Cada noche indefectiblemente llevaba a su fugitivo padre el alimento necesario, tarea mucho más arriesgada y difícil de lo que a primera vista pudiera parecer. En primer lugar, aconsejaba la prudencia que no tomase de la despensa la comida destinada a su padre, porque hubieran podido echarla de menos los criados, dando con ello motivo a peligrosas sospechas. El único medio de que disponía la pobre Grizel era sacar la comida del plato y ponerla en la falda mientras comía; y aun este método tan disimulado estuvo a punto de ser descubierto en una ocasión. Acababa de ponerle su madre un platazo lleno de vianda, cuando de pronto, uno de sus hermanos, mirando el plato de Grizel, que pocos momentos antes había visto tan lleno y ahora estaba casi vacío, llamó la atención de los demás sobre un hecho tan extraño; menos mal que no vieron en él sino una glotonería imperdonable de Grizel, al comer con tanta prisa.

Pero esta especie de contrabando que hacía con el alimento no era la mayor dificultad con que tropezaba la animosa niña. Cada noche, después de dadas las doce, acostumbraba salir del castillo y emprender sola su caminata de milla y media hasta llegar a la iglesia. Esto era ya una prueba terrible para los nervios de la niña, pues basta el pensamiento de tener que cruzar un cementerio a aquellas horas de la noche para aterrar a muchas personas que se tienen por valientes.

Agregúese, además, el peligro que corría Grizel de ser descubierta por los soldados apostados en las cercanías, o por lo menos, el riesgo de ser vista por algún aldeano, que seguramente la hubiera seguido y espiado. También los perros que con sus ladridos llenaban el espacio a lo largo del camino eran capaces de aterrorizar a la niña. Mas ella, despreciando todos los temores, salía cada noche a llevar la comida a su padre, y permanecía con él algún tiempo en gratísima conversación, consolándole con las buenas noticias que podía darle e inspirándole valor para sobrellevar su terrible cautiverio.

Al fin. persuadida Grizel de que su padre estaría más seguro oculto en algún escondrijo de su propia casa, con la ayuda de Winter se puso a cavar una hoya en el basamento del castillo. Temerosos de emplear una azada cuyo ruido los delatase, excavaban el suelo con las uñas, y todas las mañanas sacaban en un lienzo la tierra que habían extraído durante la noche, lo vaciaban lejos en el jardín y luego cubrían la hoya a fin de que nadie pudiera encontrarla. Cuando la cavidad fue lo suficiente capaz para recibir una especie de caja grande, en la cual colocaron una camita, una noche sir Patricio, saliendo furtivamente de su antiguo escondite, regresó a su casa y se ocultó en el nuevo refugio. Durante una semana continuó en este lugar con las relativamente buenas condiciones del principio, pero pasado este tiempo, el agua invadió la hoya, imposibilitándola como morada.

Esto indujo a una nueva determinación, a saber, la huida del proscrito al extranjero. Grizel se encargó de dar al traje de su padre la misma forma que estaba en uso entre los aldeanos, y cuando llegaron noticias al castillo de que los soldados insistían en la persecución del caballero, éste huyó de su patria, y pudo llegar, después de peligros sin cuento, a Londres. Allí trocó su nombre por el de doctor Wallace y adquirió un pasaje a bordo de un buque que lo llevó al continente. Mientras tanto, sus bienes fueron confiscados en beneficio de la corona. Ante semejante disposición, que dejaba sin ningún medio de subsistencia a la familia, Grizel y su madre se encaminaron intrépidamente a Londres y suplicaron que se les concediese algún socorro; sus diligencias obtuvieron feliz resultado, pues se les concedió 200 libras oro anuales de los fondos del Estado.

Por su parte, sir Patricio no estuvo ocioso. Se había agregado con otros al ejército que intentó invadir a Escocia, pero habiendo sido derrotado el invasor, nuestro desterrado hubo de retirarse a Irlanda, acompañado de su esposa y de todos sus hijos e hijas, a excepción de una que había quedado en su tierra. Mas, no pudiendo vivir los demás hermanos sin la compañía de la ausente, Grizel, desafiando todos los peligros que la amenazaban en su desventurado país, se encaminó sola en su busca; y después de haber recogido algún dinero que a su padre debían, marchó con su hermano a Holanda, en donde los esperaban los demás miembros de la familia. Unida a ellos tras un viaje en extremo borrascoso, Grizel fue, durante los cuatro años que vivieron en aquel país, la providencia de todos sus hermanos, y, no contenta con aliviar a su madre del pesado trabajo de los quehaceres domésticos, aprovechaba los ratos que tenía libres para estudiar música e idiomas y escribir poesías, muy hermosas, por cierto. Claro está que la familia era pobrísima; pero, ¿podía dejar de ser feliz, teniendo en medio de ella como inspiradora y directora a semejante joven? En cuanto a nuestra heroína, solía confesar que estos años de pobreza fueron los más felices de toda su vida.

Por este tiempo Grizel era ya una hermosa y cumplida doncella, a cuya mano había aspirado más de un simpático y arrogante joven. Pero también Jorge Baillie era por esta época un oficial de méritos relevantes, que, desterrado de su patria, se había alistado en Holanda, en el cuerpo de guardias del príncipe de Orange. La amistad que desde la niñez había empezado entre ellos fue madurando constantemente, y ahora, que ambos eran mayores, se amaban.

Al fin sonó la hora del premio. El príncipe de Orange entró en Inglaterra, arrojando de su trono al rey Jacobo II, que había ceñido la corona después de la muerte de su hermano Carlos II. Entonces los esforzados que habían sufrido en el destierro fueron restituidos a sus estados. Por lo que a Grizel se refiere, quedó de ella tan prendada la princesa de Orange, que mostró deseos de hacerla dama de honor y retenerla en la corte.

Pero Grizel prefirió volver a Escocia con su padre, que era ya conde de Marchmont y lord canciller de Escocia. En calidad de hija del conde, nuestra joven se convirtió en ladi Grizel Hume. Pero no se la conoció mucho por este nombre. Jorge Baillie había regresado también a Escocia; y los novios pudieron al fin contraer matrimonio, quince años después de haberse encontrado por vez primera en una celda de la cárcel.