LA CARITATIVA VIDA DE ISABEL FRY
Quizás el lector no haya visitado nunca una cárcel. Es indefinible la sensación que se experimenta cuando, al oir el ruido de la enorme puerta que se cierra detrás, se encuentra uno metido en un lóbrego recinto de altos muros, erizados de férreas púas en su parte superior, para impedir que los criminales puedan evadirse.
Hace cien años, lo mismo en Inglaterra que en otros países, era cosa temblé el estar preso; y en especial por lo que se refiere a las mujeres, era tan horrible, que ningún lenguaje puede describir lo que estas infelices padecían. Todas, así las inocentes como las culpables, las sentenciadas como las que esperaban su sentencia, las educadas y distinguidas como las tan abyectas que podían conceptuarse inferiores a los animales, eran encerradas juntas en una sola cárcel, en compañía de hombres desesperados y perversos.
Y todo esto lo cambió una sola mujer de corazón noble.
En aquellos días, vivía una dama cuáquera, llamada Isabel Fry, mujer profundamente religiosa, que cifraba su religión en procurar socorrer a los demás, pues estaba persuadida de que los malos se volverían buenos, si los ayudaran a la conversión. También ella había sido en otro tiempo vanidosa y aficionada a la frivolidad, y había conocido la dificultad de volverse seria y buena. Cuando alguien le preguntaba acerca del crimen de tal o cual preso, la señora Fry contestaba:" Nunca indago sobre los crímenes, pues todos tenemos los nuestros ". No se ocupaba en los crímenes, sino en las almas; miraba las desdichas de los encarcelados, no sus antecedentes penales.
Esta señora había oído hablar de los presos de Kewgate, y pidió permiso para visitarlos. La primera vez que estuvo con ellos la acompañó el llavero; la segunda vez, los visitó sola. El alcaide le habló del peligro que corría, y le aconsejó no fuera allí con el reloj, pues él mismo no se atrevería a ir solo a este hervidero de criminales y malhechores. A pesar de esto, Isabel Fry fue sola y, con su jovial bondad y simpatía, ganó los corazones de las mujeres encarceladas. Por primera vez veían estas infelices a una buena persona que creía que también ellas podían ser buenas, y esto las confortaba.
Pronto se propuso Isabel establecer una escuela entre estos terribles prisioneros. Esta idea suscitó la burla de los administradores de la cárcel, quienes le auguraron un rotundo fracaso; pero se equivocaron, pues la escuela dio excelentes resultados. Quiso luego procurar a los presos una ocupación honrosa, y aunque también esta vez se rieron de ella, la organización del trabajo tuvo gran éxito. Isabel tenía fe en Dios y sabía que toda persona, por mala que sea, puede volver al buen camino si se la encauza en él.
Era hija de padres pudientes y esposa de un hombre rico, y por tanto, su obra en favor de los infortunados presos resulta más caritativa. Isabel Fry se convirtió en el ángel de las cárceles, y gracias a ella las prisiones de todo el mundo mejoraron en trato y en conducta. Sus ideas de reforma partían de su creencia de que una persona que obra mal debe ser tratada de modo que no se vuelva peor, sino mejor, y que las cárceles no son para castigar sino para mejorar.
Es así cómo, gracias a esta caritativa mujer, las cárceles de todo el mundo comenzaron a humanizarse y a dejar entrar en ellas el espíritu de Cristo.
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