EL PRECIO DE LA VICTORIA


San Martín formaba en los cuarteles del Retiro, en Buenos Aires, el Regimiento de Granaderos a Caballo, que habría de hacerse famoso en la historia militar y política de América del Sur.

En 1812 solicitó al gobierno que fueran reclutados jóvenes de Yapeyú, su villa natal, para engrosar las filas de sus granaderos. Rivadavia, secretario del Triunvirato, con fecha 18 de agosto de 1812, comisionó a Francisco Doblas, en mérito a ese pedido para que, trasladado a Yapeyú, convoque a la juventud de ese territorio y “les incline a que se presenten voluntariamente a alistarse en el pabellón americano, por el honor, deber y nobleza de sus sentimientos de origen, pues el nuevo Comandante del Cuerpo de Granaderos a Caballo, José de San Martín, desea reunir en la fuerza militar de su mando un número proporcionado de sus connaturales por la confianza que en ellos tiene...”

Y esa confianza en sus paisanos no era exagerada. El Regimiento que formara probó sus fuerzas por primera vez el 3 de febrero de 1813. Se sabe que en ese combate el jefe corrió el mismo riesgo que el último de sus soldados, pues al frente de sesenta jinetes atacó sable en mano. El capitán Bermúdez, que mandaba el ala izquierda, le preguntó: “¿Órdenes, mi coronel?” Y él le contestó: “¡En el centro de la columna enemiga nos encontraremos, allí se las daré!”

San Martín, con su escuadrón, se encontró con la columna que mandaba en persona el comandante Zabala, jefe de las fuerzas españolas de desembarco. A quema ropa recibió una descarga de fusilería y un cañonazo a metralla, que matando su cabalgadura lo derribó en tierra tomándole una pierna en la caída.

A su alrededor se entabló una escaramuza parcial al arma blanca, en la que recibió una herida leve de sable en el rostro. Un soldado español se disponía a ultimarlo con la bayoneta, aprovechando su indefensa situación, cuando un granadero puntano, Baigorria de apellido, lo atravesó con su poderosa lanza.

Imposibilitado de hacer uso de sus armas y de levantarse del suelo, San Martín habría sido sacrificado fatalmente si otro de sus granaderos, Juan Bautista Cabral, con decidido arrojo, no acudiera en su auxilio. Descabalgó y, sable en mano, se abrió paso en medio de la refriega, y con enérgica decisión y fuerza hercúlea apartó el caballo muerto que oprimía a su jefe, en momentos en que los enemigos, animados por Zabala a los gritos de “¡Viva el Rey!”, se lanzaban al ataque.

Juan Bautista Cabral, cubriendo a su jefe con su cuerpo como un escudo, recibió dos heridas mortales.

La rápida lucha en los campos de San Lorenzo, cerca del Convento de San Carlos, terminó con la victoria completa de los granaderos patriotas. El soldado correntino Juan Bautista Cabral y otros catorce soldados argentinos, pagaron con su vida el precio de la victoria. El paisano de San Martín, según cuenta la historia, murió a las dos horas de ser herido, y sus últimas palabras fueron:

-”¡Muero contento, hemos batido al enemigo!”

Una marcha militar lo recuerda en una estrofa que dice:

“Cabral, soldado heroico
cubriéndose de gloria,
cual precio a la victoria,
su vida rinde haciéndose inmortal...”