Reynard ante la corte
El gato, señor Tibert, fue enviado por el rey León con el encargo de que avisara al zorro Reynard que debía comparecer en la corte para responder de todos sus crímenes. Al principio, el gato opuso alguna resistencia a cumplir el recado, por temor de que le sobreviniese algún daño; mas al fin se dejó persuadir y salió.
Llegado al castillo del zorro, le prometió éste que volvería con él a la corte.
-Pero has de quedarte aquí esta noche -añadió el zorro al gato-, y mañana por la mañana partiremos.
El señor Tibert accedió. Luego empezó el zorro a preparar la mesa para la comida, aun cuando lo único que podía ofrecer a su. huésped era miel.
-Es éste un manjar que no me satisface -repuso el gato-. ¿No tiene usted por ahí siquiera un ratón?
-Es verdad -exclamó Reynard-. Véngase conmigo al granero del señor cura; tendrá cuantos ratones quiera.
Salieron, pues, ambos, y poco después llegaron al granero.
-Ésta es la entrada -dijo el zorro señalando el agujero por el cual él mismo había entrado la noche precedente y robado una magnífica gallina.
Pero he aquí que el cura había colocado una trampa junto al agujero por la parte interior, de modo que, no bien hubo entrado el señor Tibert, cayó en la trampa. A los maullidos del gato, acudió al punto el cura quien, creyendo que el cogido en la trampa era Reynard, empezó a vapulearlo de lo lindo con una vara, hasta que, habiendo logrado el gato clavar los dientes en la pierna del. sacerdote, hizo entrar en sí mismo al digno eclesiástico, y mientras se atendía a la curación de la herida, el señor Tibert logró cortar con los dientes la cuerda que le sujetaba y escapar. A todo esto, Reynard, oculto entre unas matas cercanas, estaba riendo a mandíbula batiente por su ocurrencia.
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