EL SACO DE GUISANTES


¿Crees en la suerte? -preguntó el rey a uno de sus oficiales. -Sí, señor -contestóle el oficial. -¡Ah! -exclamó el rey con burlona sonrisa-. Te reto a que me pruebes que existe tal cosa en el mundo.

-Tal vez no me sea posible -contestó el oficial-; pero si Vuestra Majestad me lo permite, lo intentaré. Ya discurrí un plan que tal vez resulte.

Habló en secreto al rey y éste le dijo:

-Me parece muy bien; hagamos la prueba sin pérdida de tiempo.

Aquella misma noche, colgó el oficial del techo de una de las habitaciones de palacio un saco cuyo contenido sólo conocían él y el rey, y encerraron en dicha habitación a dos hombres, para realizar con ellos el experimento. Cuando cerraron la puerta, uno de ellos tumbóse en un rincón, y se dispuso a dormir; pero el otro paseó la mirada a su alrededor, y sus ojos descubrieron enseguida el saco que colgaba del techo.

Cogiólo y metió en él la mano, y la sacó llena de guisantes.

-Aunque no es cena muy opípara -pensó para su capote-, mejor es algo que nada.

Y se aplicó a comerse los guisantes.

Al llegar al fondo del saco, sacó un puñado de brillantes; mas como entretanto se había apagado la luz, creyó que eran piedras desprovistas de valor, y arrojóselas a su compañero, diciéndole con traviesa intención:

-Por perezoso, sólo cenarás esas piedras.

A la mañana siguiente, entró el rey en la habitación, acompañado del oficial, y dijo a los dos hombres que podían guardarse cada uno para sí lo que hubiesen encontrado. El uno se quedó con los guisantes que se había comido y el otro con los diamantes.

-Y ahora, ¿qué tiene Vuestra Majestad que decir? -preguntó el oficial.

-Realmente -contestó el rey-, tu argumento parece decisivo. Es posible que exista eso que llamas suerte, pero es tan rara como el encontrar un saco lleno de brillantes y guisantes; así que nadie se forje la ilusión de que ha de vivir de ella.


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