Los dos amigos y el rey que fue amado


Orestes y Pílades eran dos jóvenes de parecido extraordinario y muy amigos. Cierto día Orestes fue detenido por mandato de un tirano que lo aborrecía profundamente y estaba decidido a condenarlo a muerte. Pílades acompañó a su amigo hasta hallarse en presencia del tirano y, con el objeto de salvar la vida a Orestes, declaró que él era el hombre a quien se buscaba tan empeñosamente.

Por su parte Orestes sostuvo que el hombre buscado era él, con lo cual quedó tan perplejo el tirano, que no supo a quien de los dos condenar, hasta que, al fin, como continuaran los jóvenes procurando cada uno de ellos ser condenado para salvar al Creso, el rico monarca, fue hecho prisionero por Ciro, rey de Persia; cierto día, después de haber sido testigo de la generosidad de Ciro, le dijo:

-Seguramente que, si continuáis gastando como lo habéis hecho hasta ahora, os empobreceréis; empero, si conservaseis vuestras riquezas, no tardaríais en ser muy rico.

-¿Cuánto suponéis que tendría ahora -preguntó Ciro- si durante mi reinado lo hubiera guardado todo, sin darle a nadie nada?

Creso pronunció una cifra enorme.

-Perfectamente -replicó Ciro-. Enviaré un aviso a mis amigos y súbditos, y les diré que necesito dinero para la realización de cierto proyecto, y enseguida podréis ver el resultado.

En cuanto estuvieron de regreso los mensajeros de Ciro, llamó este monarca a Creso, para que viera los dones que se le habían hecho. El rey cautivo quedó atónito al ver que el valor recaudado excedía a la suma que hubiera podido haber ahorrado Ciro, de haber sido avaro.

-Si hubiese acumulado y guardado mi dinero -dijo Ciro- habría sido envidiado y aborrecido por mi pueblo; ahora, por el contrario, mis súbditos me aman y depositan en mí toda su confianza, de modo que, en un momento dado, puedo disponer de más oro que el que tendría si lo hubiese ahorrado en muchos años.