LAS LENTES: GRANDES AMIGAS DE LA VISIÓN


El sol es, sin lugar a dudas, nuestra mayor fuente de energía; sin él, la vida sería imposible en la Tierra. Dicha energía nos llega en muy variadas formas: radiaciones electromagnéticas, calor, luz, etc. En verdad la luz solar es la más maravillosa forma de tal energía, tanto que nos brinda un placer estético que no puede ser igualado por ningún otro sentido. Y también, aunque no siempre es bien notado, la luz solar nos proporciona alegría, una extraña alegría muy difícil de explicar. La visión, que sólo es posible merced a la existencia de la luz, constituye para nosotros un don inapreciable.

Basta con que hagamos la afirmación de que todos los objetos se nos hacen visibles en virtud de la luz que de ellos nos llega, para que comprendamos la extraordinaria significación que tienen los efectos luminosos. Si podemos ver este libro, aquel cuaderno, un árbol, en fin, cualquier objeto del mundo, es porque de ellos llega luz hasta nuestros ojos. Pero preguntarán ¿cómo es posible que este libro envíe luz hasta nosotros, si él no está incandescente, si, en otras palabras, él no es un emisor de luz? La razón es muy simple; no es necesario que un objeto sea emisor de luz, como lo es una lámpara, o una llama; para que podamos verlo, basta tan sólo con que sea capaz de reflejarla. Cuando en una habitación oscura encendemos el tubo fluorescente o la lámpara eléctrica, la luz que sale de ellos choca contra las paredes, los muebles, los adornos, etc., y rebota, o dicho más correctamente, se refleja. En particular, parte de esa luz reflejada por los cuerpos llega hasta nuestros ojos y nos permite la visión de los mismos. Evidentemente, en aquellos lugares desde los cuales no nos llega luz, veremos oscuridad.

No todas las cosas reflejan la luz con la misma facilidad; de ahí que unas sean más brillantes que otras. Los espejos son los objetos que mejor reflejan la luz, al punto que nos permiten ver los cuerpos de los cuales ella proviene.