De qué modo el mercurio contenido en un tubo hace mover la aguja del barómetro
El barómetro ordinario viene a ser, ni más ni menos, el aparato de Torricelli, pero un extremo del tubo suele doblarse en forma de U, en lugar de ser recto y de estar sumergido dicho extremo en una cubeta de mercurio. Si dejamos flotar una bola de hierro sobre la superficie del líquido en el extremo abierto del tubo, será fácil adaptar a esa bola un mecanismo cualquiera provisto de una manecilla o índice que nos indique el nivel del mercurio o que señale ciertas palabras, tales como “buen tiempo”, “lluvia”, “variable”, etc.
Existe otra clase de barómetros que no contienen mercurio ni otro líquido cualquiera, y se llaman barómetros aneroides. Esto viene a significar literalmente “barómetros sin fluido”. Se componen, sencillamente, de una caja redonda y plana de metal, en la cual se ha hecho el vacío más completo posible. La atmósfera comprime más o menos el fondo y la cubierta de la caja, según sea más o menos baja la presión, y es fácil disponer un mecanismo mediante el cual podemos conocer el grado de compresión de la caja. Los resultados que se obtienen por medio de estos instrumentos distan mucho de ser exactos, pero tienen su utilidad como barómetros caseros.
Si tomamos un barómetro ordinario y lo calentamos, el mercurio se dilatará y ocupará mayor espacio dentro del tubo, como ocurre con casi todos los cuerpos cuando se eleva su temperatura. Por consiguiente, siempre que queramos obtener resultados algo exactos, es preciso que, como en el caso del barómetro, tengamos en cuenta los cambios de temperatura.
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