Lo que puede enseñarnos un frasco lleno de agua


Supongamos que se trata de averiguar el peso específico de una porción de perdigones; tomaremos una cantidad determinada de ellos, cuyo peso sea conocido, y los introduciremos en el frasco, después de haberlo llenado de agua. El volumen del agua que salga del frasco para dejar sitio a los perdigones es exactamente igual al de éstos. Bastará con que pesemos el agua salida y comparemos su peso con el de aquéllos. Si pesan, por ejemplo, once veces más que el mismo volumen de agua, sabremos que su peso específico es once; y si están hechos de plomo, ese peso específico será el de dicho metal.

También podríamos llenar el frasco de éter, y pesar la cantidad que cupiera en él. Resultaría que, si el frasco tuviese una capacidad suficiente para contener mil gramos de agua, no cabrían en él más que 715 gramos de éter; de manera, que si llamamos 1 al peso específico del agua, el del éter será de 0,715. A veces es conveniente atribuir al agua el peso específico de 1.000, en vez de 1, y puede entonces decirse que el del éter es 715, el de la leche de 1.030 ó poco más -nunca debiera ser menos- y el de la sangre de una persona sana 1.055.