Los cuerpos en movimiento siguen moviéndose sin pararse nunca en su trayectoria


Según esta ley, cuando un cuerpo se mueve, nada hace por sí mismo para modificar su movimiento. Seguirá, por lo tanto, moviéndose sin cesar, siempre en la misma dirección y con la misma velocidad, hasta que alguna otra fuerza lo detenga, desvíe o haga caminar más de prisa o más despacio. Esto, no obstante, es tan sólo la mitad del principio de inercia; y lo citamos primero, porque es la parte que se olvida con más frecuencia, en cuanto se refiere a la inercia. La otra mitad, que es la más conocida, parece algo diferente, aunque, en definitiva, viene a ser lo mismo. Es el principio según el cual un cuerpo en reposo continuará en este estado hasta que venga a moverlo alguna fuerza. Siempre que tratemos de la inercia o de la primera ley “newtoniana” del movimiento, conviene tener presente las dos partes de que se compone, o sea sus dos aplicaciones.

Todos comprendemos de qué modo es aplicable el principio de inercia a un cuerpo que no se mueve; pero son pocos los que se hacen cargo de cómo ha de interpretarse en el caso contrario. Pocos son los que saben que un objeto en movimiento nunca puede pararse por sí solo. Vemos cómo se lanza al aire una pelota o cómo se hace rodar por el suelo, y sabemos que el movimiento cesará. Esto es lo que solemos observar en casi todos los movimientos, y nos llegamos a figurar que, cuando una cosa se mueve, al cabo de un rato se cansa y se para. El descubrimiento de que esto no es así ha sido uno de los más grandes que se han hecho, y lo es tanto más, en cuanto nos revela que el más leve impulso dado al cuerpo de mayor volumen, con tal de que llegue a moverlo, hará que éste siga moviéndose con la misma velocidad y en la misma dirección sin detenerse nunca. Cuando la pelota tirada al aire se para, es debido a la fuerza de la Tierra que la atrae, aunque contribuye también a detenerla la resistencia que le opone la densidad del aire.

Cuando una pelota que ha ido rodando por el suelo, se detiene, no es debido a que en ella haya cierta inclinación a pararse, sino a la resistencia del aire y al rozamiento con el suelo. Lo que se halla en estado de reposo tiende siempre a permanecer inmóvil y lo que está en movimiento tiende siempre a continuar moviéndose. Si reflexionamos acerca de este punto, veremos que, si no ocurriera así, no sería verdad el principio de la conservación de la energía.