Cómo del hierro, importantísimo metal, se obtiene el acero
Casi todo el hierro que se produce es más o menos impuro, pues contiene una mezcla de diversos elementos. Si separamos del hierro todos esos cuerpos simples, obtendremos entonces hierro puro. Generalmente entre dichos cuerpos simples se halla el carbono, y si durante el proceso de purificación permitimos que el carbono permanezca en una cierta proporción mezclado con el hierro, entonces obtendremos un producto maravilloso llamado acero. El acero es, por lo tanto, hierro mezclado con carbono. Posee todas las cualidades del hierro, además de muchas otras, es más fuerte y menos frágil, resiste tensiones enormes, y por todo ello se usa tanto para la construcción de edificios como para la de puentes, buques, automóviles, etcétera.
Gracias a los estudios y experimentos realizados por numerosos investigadores se ha establecido la diferencia que existe entre el acero que resiste grandes tensiones y el acero que se raja, el cual en algunas ocasiones ha originado descarrilamientos de trenes y hundimientos de puentes.
Todos sabemos que la sal, la nieve y el azúcar están formados por cristales, pero nunca hemos pensado que también lo están todos los metales, y, sin embargo, así es en realidad. Claro está que dichos cristales son muy pequeños y están unidos entre sí estrecha y admirablemente. Un pedazo de oro o una barra de hierro están, pues, formados por cristales.
El acero es precisamente tan útil a causa de su estructura cristalina, que es la que transforma en algo maravilloso al hierro que contiene carbono. Es esa misma estructura la que decide si puede o no existir un accidente en cada uno de los millones de casos en que hoy día se emplea el acero en las más colosales construcciones.
Resulta claro entonces que no se trata de saber solamente que el acero es una mezcla de hierro y carbono, sino conocer el modo en que el acero forma sus cristales al enfriarse y convertirse en sólido.
Si examinamos este metal con el microscopio, podemos descubrir la diferencia entre la clase de acero al cual de mil maneras confiamos nuestras vidas, por ejemplo en un tren, y la del que nos traicionaría si le diésemos aplicación.
En el acero de buena calidad los cristales se hallan dispuestos de manera regular, juntándose unos con otros por todos sus lados sin dejar espacios libres u ocupados por carbono o impurezas.
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