Elementos foráneos en la arquitectura romana


Los romanos fueron grandes constructores, y se destacaron en arquitectura así como los griegos en la plástica. En sus edificios encontramos técnicas tomadas de etruscos, griegos y orientales, como el arco, las bóyedas y las cúpulas, con las cuales lograron construcciones resistentes y de; gran belleza que alcanzaron un verdadero sentido nacional. Los etruscos, excelentes arquitectos, habían tomado el arco y la bóveda de los orientales, pero usándolos con fin puramente funcional en monumentos fúnebres o construcciones prácticas, como puentes y acueductos; los romanos, en cambio, los aplicaron a monumentos ornamentales, como los arcos de triunfo, o a obras grandiosas, como los templos. La modesta y oscura cúpula de la tumba etrusca sirvió a su vez de modelo para la del Panteón, de la que derivaron luego todas las demás, tanto las romanas y románicas como las bizantinas y modernas. Tales elementos fueron mezclados con otros tomados de los griegos, de manera que en el interior de sus construcciones se percibe la fuerza de la influencia etrusca y en el exterior se nota la elegancia de la influencia griega.

Fueron partidarios también los romanos de recargar el frente de sus edificios con recursos ornamentales; por eso el estilo corintio tuvo tanto arraigo entre ellos; sin embargo, en materia de órdenes, utilizaron uno muy simple inspirado en el orden dórico, que conocemos con el nombre de toscano; junto a éste crearon otro llamado compuesto, con elementos tomados del jónico y del corintio.

Erigieron hermosos monumentos para satisfacer todas las aspiraciones de la vida pública y privada; en su disposición se nota un afán de ordenar la ciudad de acuerdo con un plan regular, costumbre importada de Oriente por los etruscos. La vida de la ciudad giraba en torno al foro o plaza pública, similar al ágora de los griegos. Cada emperador tomó la costumbre de construir su propio foro, con lo que Roma se fue enriqueciendo monumentalmente, no sólo con templos consagrados a los dioses, sino también con edificios civiles, entre los que se destacan las basílicas, grandes salas de reunión donde celebraban sus sesiones los tribunales o los comerciantes se dedicaban a concretar sus negocios.

Cada ciudad tenía, además, recintos destinados a las diversiones de las multitudes; el teatro semicircular de los griegos se transformó en uno elíptico sobré cuyo modelo se levantaron recintos como el Coliseo, grandioso anfiteatro que aún hoy se puede admirar en sus ruinas. Junto a estas construcciones hubo otras destinadas a recordar grandes acontecimientos históricos; de este modo los conmemorativos obeliscos egipcios se convirtieron en columnas que. como la de Trajano, constituyen verdaderas síntesis históricas en piedra. Hubo, además, otras obras eminentemente prácticas: tumbas erigidas en memoria de los grandes personajes, a lo largo de sus vías; carreteras que comunicaban las distintas partes del Imperio y acueductos que llevaban agua en abundancia hasta las ciudades que carecían de ella. Son famosos el acueducto conocido con el nombre de Pont Du Gard (Nimes, Francia), que muchos autores consideran superior en belleza al mismo Coliseo, y el de Segovia, en España, que figura entre los monumentales y los mejor conservados.

A pesar de la riqueza de las canteras de mármol, los romanos lo usaron poco, inclinándose a utilizar otros materiales. Inventaron el concreto, consistente en una especie de argamasa de cal con una tierra arenosa llamada puzolana. Una vez descubiertas sus cualidades graníticas, la usaron como sustancia para ligar y como material de construcción. De este modo no tuvieron que depender de las condiciones locales de cada región conquistada, y lograron cierta unidad que distingue su arquitectura en cualquier parte de su dilatado Imperio.