La basílica de Santa Sofía, joya del arte bizantino


La solución arquitectónica más original imaginada por los bizantinos consistió en colocar la cúpula sobre una gran iglesia cuya planta se inspiraba en la basílica. Una de las primeras tentativas en ese sentido -y sin duda la más atrevida de todas- es Santa Sofía, en Constantinopla, llamada también La Gran Iglesia, convertida ahora en una mezquita musulmana.

Fue construida por orden del emperador Justiniano, entre 532 y 537, por los arquitectos Anthemius de Trelles e Isidoro de Mileto. procedentes de Asia Menor. Al decir de Choisy, nunca el genio de Roma y el de Oriente se habían fundido en un conjunto más sorprendente y armonioso. La cúpula se derrumbó en el año 558, pero el emperador la hizo levantar de nuevo, confiando su reconstrucción a un sobrino de Isidoro de Mileto, quien, para aligerarla, le dio casi diez metros más de altura.

La planta de Santa Sofía fue trazada dentro de un rectángulo de 71 por 77 metros de lado; la nave central está cubierta con una gran cúpula de 31 metros de diámetro que se eleva a casi 60 de altura. El conjunto, visto desde afuera, no es hermoso, pero en el interior ofrece una belleza sin par; la decoración está artísticamente distribuida del suelo a !a cúpula; el piso, embaldosado con mármoles de colores; los muros y las columnas de mármoles veteados, ricamente incrustados y con abrazaderas de bronce dorado. Cerca de las cornisas y capiteles esculpidos, se despliega toda la magia de los mosaicos sobre fondos de oro. En lo alto, por encima de una hilera de ventanas que le sirven de base, se alza la cúpula, aérea, que, al decir de Procopio, parece estar suspendida del cielo mediante una cadena de oro.

La basílica de Santa Sofía figura entre los monumentos más hermosos del mundo; ninguna otra construcción bizantina puede parangonarse con ella. La iglesia de San Marcos, de Ve-necia, construida en el siglo xi, la recuerda en cierto modo, acaso por su parecida magnificencia.