La mezquita, expresión máxima del arte musulmán


La expresión más típica del arte árabe es la mezquita, que nada tiene que se asemeje a los templos construidos por los cristianos, griegos o egipcios, pues le faltan las características esenciales de la casa de Dios. Eran simples edificios orientados hacia La Meca, Ciudad Santa donde el pueblo se reunía para orar. Los devotos, acostumbrados a vivir en tiendas, se ponían en cuclillas en el suelo, pues no se sentaban ni en sillas ni en bancos. Para la comodidad de la congregación, sólo bastaban cuatro paredes y un techado; un nicho en la pared, para indicar la posición geográfica de La Meca, de modo que los fieles supieran en qué dirección tenían que prosternarse mientras se entregaban a sus oraciones diarias, y, finalmente, un pulpito, desde el cual un sabio varón explicaba las palabras del Profeta durante las recitaciones de los viernes, única ceremonia que podría parecerse en algo al servicio divino que celebra la Iglesia cristiana. Otro detalle típico que no se encuentra ni en la sinagoga, ni en el templo, ni en la catedral, es la fuente de agua corriente en la que los fieles realizan sus abluciones antes de penetrar en la casa de la oración. Sólo los que han vivido en el desierto pueden apreciar lo que el agua significa para un árabe o un beréber; por ello, surtidores, fuentes y estanques juegan un papel tan importante en el orden arquitectónico de los árabes.

Al principio, las mezquitas fueron muy simples, ya que se reducían a un salón de planta cuadrangular y un techo que cubría el recinto; éste, inicialmente, fue plano, pero luego se lo reemplazó por una cúpula.

Las características de las construcciones posteriores fueron las cúpulas en forma de pera y los altos y extravagantes minaretes, especie de torres donde solían subir los sacerdotes para convocar a los fieles a la oración.

Toda la belleza residía en el interior del templo, en lo cual se parecía a los templos egipcios, cuyo exterior simple y sencillo tampoco hacía pensar en la magnificencia del interior. Los árabes tuvieron particular inclinación por los arcos; cuanto más ornados eran éstos tanto más hermosos fueron para su gusto; los interiores a veces se convertían en verdaderas selvas de arcos y columnas.