Una ingeniosa respuesta de Giotto que satisfizo al papa
Durante los años de su niñez Giotto se ganaba el sustento custodiando con otros pastores los rebaños de su padre; sin embargo esas tareas no le satisfacían porque latía en él una fuerte pasión por el arte.
Cuéntase que Giotto se hallaba un día dibujando una oveja sobre una piedra, mientras cumplía su labor de guardarlas, cuando acertó a pasar Cimabue. Al ver el dibujo quedó tan admirado que, después de hablar con el padre del muchacho, se lo llevó para hacer de él un artista. El maestro pronto sintió gran afecto por su discípulo, y éste supo corresponder asimilando cuanta indicación y consejo aquél le daba.
Cimabue había abierto un nuevo camino al arte pictórico; Giotto fue, en verdad, el primero en expresar y superar tal innovación. A los 24 años de edad se le confió la decoración de un altar. Por entonces vivía en Florencia, su ciudad natal, Dante Alighieri, con quien pronto trabó amistad. Cierto día, mientras decoraba la bóveda de la iglesia sentado en un andamio colgante, recordando las gentilezas que el autor de la Divina Comedia había tenido para con él, quiso demostrarle su gratitud y reprodujo su retrato entre los rostros de los ángeles que estaba pintando. Se trata, quizá, del retrato más hermoso que se tiene del ilustre poeta florentino, pues fue realizado cuando el dolor y la desgracia no habían alterado aún sus nobles facciones.
Bien pronto se difundió la fama del talento de este joven pintor, a quien debemos, entre otras, las pinturas de la iglesia donde está sepultado san Francisco, como así también las de algunas iglesias de Padua, Verona, Nápoles y, sobre todo, de Florencia.
No obstante la fama y prestigio que había alcanzado, Giotto siguió siendo un hombre sencillo y risueño, con respuestas ingeniosas siempre a flor de labio.
Se cuenta que uno de los príncipes que lo había contratado para que decorara las cámaras de su palacio, en cierta oportunidad le dijo:
-Yo, en tu lugar, no estaría trabajando en ese andamio con el calor que hace...
-Tampoco lo estaría yo -respondió rápidamente el pintor- si estuviera en el vuestro.
En otra ocasión en que el Papa mandó una persona de su confianza a recorrer las ciudades de Italia para recoger bocetos de distintos pintores, entre los cuales pensaba escoger el mejor para que su autor trabajara en la decoración del Vaticano, casi todos los artistas se esforzaron por mostrar lo mejor que tenían, pero Giotto, tomando un pincel mojado en tinta roja, trazó un círculo tan perfecto que parecía hecho con compás.
-He aquí mi diseño -díjole al emisario del Papa al darle el dibujo.
-¿Solamente esto? -preguntó asombrado el enviado pontificio.
-Sí -agregó Giotto-, y es más que suficiente; ya veréis cómo será comprendido por Su Santidad.
El pintor no se había engañado; el Papa quedó tan satisfecho con su ingenio que lo hizo contratar para que se trasladara a Roma, donde colaboró en decorar la basílica de San Pedro.
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