La proyección del santo de Asís en las artes
La Escuela de Siena significó, por tanto, no sólo la liberación del artista sino también el triunfo de la individualidad, otra de las características diferenciales del movimiento renacentista, que se opuso al sentido corporativo del período medieval. Tal particularidad se desarrolló plenamente después que Dante Alighieri despertó, con su magnífica alegoría de La Divina Comedia, fantásticas visiones en la cabeza de los hombres, y san Francisco, renunciando a sus riquezas terrenales, vistió el hábito de la orden que fundó para enseñar por el mundo la doctrina del Divino Maestro y predicar el amor a los hombres y demás criaturas de Dios.
La vida espiritual del siglo xiii estuvo íntimamente ligada a la excepcional figura del Santo de Asís. San Francisco fue para la literatura y la pintura lo que el espíritu gótico había sido para la arquitectura y la escultura: algo vivido y conmovedoramente tierno; su máxima expresión la encontramos condensada en el maravilloso libro Las Florecillas de San Francisco.
En el amor y la nueva alegría predicada por el santo estaba el verdadero secreto de la grandeza de los artistas de la escuela de Siena. Sus obras fueron el fruto de un sentimiento personal y del afán por alcanzar ese ideal tan distinto del que había imperado hasta entonces.
Los principales integrantes de la misma, además de Duccio di Buoninsegna, su fundador, fueron Simone Martini, más conocido como II Memmi, y los hermanos Lorenzetti, Ambrosio y Pedro. En el siglo xiv la escuela entró en decadencia al faltarles fuerza y vigor a sus continuadores.
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