El ocaso y el resurgimiento de la escultura
Sabido es que la escultura, que pertenece al grupo de las artes plásticas mayores, es un arte antiquísimo que alcanzó su más alta expresión en Grecia y Roma. En los mal llamados siglos de la oscuridad, correspondientes a la Edad Media, la escultura ocupó un plano secundario, como complemento de la arquitectura.
La vieja creencia de que la humanidad se extinguiría al llegar el año 1000 sumió a los hombres en un escepticismo lastimoso, tanto más grave cuanto más se aproximaba la fecha fatal. Pero cuando, pasada ésta, nada extraordinario anunció el tan temido juicio final, los hombres, reconociendo el error en que habían caído, quisieron agradecer a Dios dedicándole no sólo su fe sino también su inspiración artística. Las catedrales comenzaron a levantarse como una oración al cielo y los artistas pensaron de nuevo en la escultura para embellecerlas; con todo, fue quizás ella el arte que más sufrió, porque el ideal de belleza que había inspirado a griegos y romanos iba desapareciendo cada vez más, en medio de los pliegues de las vestiduras con las cuales ocultó las formas del cuerpo humano. En realidad tales obras no las ejecutaron verdaderos escultores, sino aficionados improvisados; muchos de ellos fueron simples albañiles que habían aprendido de sus padres tal habilidad, como éstos lo hicieron de los suyos; con todo, fueron los más indicados para interpretar el fenómeno del renacimiento artístico que se estaba operando en Italia. En el siglo xiii encontramos ya serios precursores del renacimiento escultórico.
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