Roma, la ciudad eterna, es el asiento del gran renacimiento
Si consideramos que la obra renacentista, sea su arquitectura, su decoración escultórica o su pintura, tiene a veces -etapa de transición- cabida en edificios anteriores, procedentes del período gótico; y si a la vez recordamos el caso particular de la ciudad de Vicenza, que cuenta con una riqueza de monumentos producidos por un solo arquitecto, Andrés Palladio, podemos señalar como centros fundamentales de la arquitectura del Renacimiento a las ciudades de Florencia, cuna de Dante Alighieri; Ve-necia, la de los canales y lagunas; Pisa, que ostenta la torre inclinada; Vicenza, cuna de Palladio, y Roma, dividida políticamente hoy en la capital de Italia y en Ciudad del Vaticano, sede del Papado.
Esta última, según la tradición, fundada por Rómulo, primer rey de los romanos, se halla construida sobre ambas márgenes del río Tíber. Y si Florencia puede estimarse la ciudad de las joyas arquitectónicas, Roma puede calificarse como el asiento del Gran Renacimiento, que se desenvuelve especialmente al correr el siglo xvi y que ha poblado la urbe de edificios grandiosos por su monumentalidad, perfección de estilo e imponderable riqueza.
Los arquitectos que para ella trabajaron y sus respectivas obras merecen un recuerdo.
Donato Bramante edifica allí el fino templete llamado de San Pedro en Montorio; inicia las obras del templo máximo, San Pedro, y proyecta el mayor y más rico palacio del mundo, el Vaticano.
Numerosos y bellos palacios dan oportunidad a su realización por diversos arquitectos. Así el de Letrán, de Domingo Fontana; el llamado Massimi y el de la Farnesina, originales de Baltasar Peruzzi, maestro eminentemente clásico; el Quirinal, hoy asiento del gobierno italiano, de Ponzio, Fontana y Bernini; y el Farnesio, de Antonio da Sangallo, el joven, Vignola, Miguel Ángel y della Porta.
Cabe también señalar entre las obras de la época una puerta monumental, Porta Pía, obra de Miguel Ángel, y dos plazas magníficas: la del Capitolio, que contiene la antigua estatua ecuestre del emperador romano Marco Aurelio, proyecto también de Miguel Ángel, y la delantera de San Pedro, limitada a izquierda y derecha por dos columnatas dóricas extraordinarias, obra de Juan Lorenzo Bernini.
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