Nacimiento de la ópera, el oratorio y el ballet


Florencia, que había vuelto en pintura y escultura a la tradición grecolatina, quiso hacer otro tanto en música. La casa del conde Giovanni Bardi y el palacio de Giovanni Battista Doni fueron los lugares de cita de la llamada camerata fiorentina, en la que se reunían poetas, pintores y músicos que, inspirados en la teoría musical helénica, crearon un nuevo estilo monódico con el que quisieron resucitar el antiguo espíritu de los griegos.

De esas reuniones surgieron también los primeros dramas líricos, de los cuales derivaron después la cantata, la ópera y el oratorio. Estas representaciones se caracterizaron porque en ellas se fundieron en perfecta armonía las tres artes temporales: poesía, música y danza, tríptico indisoluble que aparece ya en el mundo antiguo, tanto en Oriente como en Occidente.

Para los fines que se habían propuesto los de la camerata, el estilo contrapuntístico era un obstáculo, ya que dificultaba la comprensión clara y precisa de las palabras del texto; en cambio encontraron en la monodia de los antiguos el elemento necesario que convenía al nuevo estilo recitativo o representativo, con el que lograron una especie de canto recitado solemne que aclaraba y profundizaba el alcance del texto. Las innovaciones realizadas en ese sentido por Vicente Galilei, padre del famoso físico de ese nombre, y de Julio Caccini, autor de un álbum que se tituló Nuove Musiche (Nuevas Músicas), y que apareció en 1601, fueron aprovechadas por Jacobo Peri, quien aplicó los nuevos principios a la composición de un poema dramático titulado Dafne, de Octavio Rinuccini. El éxito logrado con tal obra alentó a los compositores, quienes tres años después estrenaron, con motivo de las bodas de Enrique IV de Francia con María de Mediéis, en 1600, otra obra que titularon Eurídice y que señala el verdadero nacimiento de la ópera moderna, género en el que, como se ha dicho, el estilo recitativo se adapta al texto para reforzar la expresión poética. Pertenecen a la escuela florentina, además de Peri y Rinuccini, entre otros, Julio Caccini y Marcos de Gagliano, autor de la primera ópera con indicaciones especiales para su escenografía.

Paralelamente a la escuela florentina se desarrolló la romano-veneciana, cuya figura principal fue Claudio Monteverdi, quien en 1607 estrenó una ópera que tituló Orjeo. a la que siguió, al año siguiente, Ariadna, con la que se consagró. Monteverdi, que cerró su producción como operista con La coronación de Popea, compuso también música sacra y se distinguió por haber sido uno de los primeros que dieron real importancia a la orquesta, pues hasta entonces había desempeñado un papel secundario. En esta escuela se destacaron también por sus obras Francisco Cavalli y Marcoantonio Cesti.

La última do las escuelas operísticas italianas fue la napolitana, fundada por Alejandro Scarlatti (1659-1725), quien introdujo la forma regular del aria, similar al lied de los germanos, a cargo de una sola voz, con la que se quiso dar un elemento para desarrollar el virtuosismo de los cantantes.

El prestigio de la escuela napolitana se extendió hasta muy entrado el siglo xviii. Figuran en ella, entre otros, Cimarrosa, Paisiello y Pergolesi, quienes se destacaron tanto en la ópera seria como en la bufa, género cómico en el que sobresalió más tarde Jacobo Rossini, autor de El Barbero de Sevilla, obra que aun en nuestros días es calurosamente recibida por los amantes del teatro lírico.

Junto con la ópera se desarrolló otra forma musical: el oratorio, en cuya estructura se aplicaron las nuevas ideas a ciertas formas del teatro medieval, tales como los misterios, los autos sacramentales o las Églogas de Juan de Encina. El primer oratorio históricamente documentado es uno de Francisco Cavalli (1602-1676), que se estrenó en el Oratorio de San Felipe de Neri, de donde deriva el nombre genérico que se dio a este tipo de obra musical, que en sus comienzos tuvo las características de una verdadera ópera religiosa.

La música profana siguió caminos distintos en Francia e Italia, pues mientras en ésta culminó en la ópera, en Francia derivó al ballet, representación teatral de tradición helénica también, consistente en una serie de danzas en las que los bailarines ejecutan pasos elegantes combinados con una graciosa mímica que realza el acompañamiento orquestal. Este género tuvo en Francia como principal representante a Juan Bautista Lully (1632-1687), de origen italiano pero de ciudadanía francesa y considerado como tal, por haber desarrollado casi toda su actividad artística en dicho país. Este autor supo enlazar con arte el nuevo género con la ópera, dando origen a la ópera-ballet, en la que se combinan baile y acción con los conjuntos corales y orquestales.

Lully fue, además, uno de los primeros en iniciar sus obras con una Obertura o Prólogo sinfónico, en el que la orquesta anticipa los temas musicales que aparecerán después en el desarrollo argumental de la obra.

La primera divergencia entre la concepción operística de franceses e italianos fue que éstos intensificaron la línea melódica de sus arias, diálogos y coros, mientras que aquellos destacaron el elemento bailable por encima de todos los restantes; pero la rivalidad entre unos y otros alcanzó proporciones de verdadera lucha entre los mismos franceses, después del estreno de La serva padrona de Pergolesi, que provocó el antagonismo entre los que la apoyaron y se llamaron buffonistas y los que la atacaron defendiendo la ópera seria y fueron conocidos como antibuffonistas. De tal divergencia nació la ópera-cómica francesa, inspirada en la ópera bufa italiana. A partir de entonces ambas tendencias siguieron su propia ruta hasta el siglo xix, en que nuevas técnicas y nuevas concepciones enfrentaron la escuela italiana con la alemana.