Los templos de los dioses y las lujosas casas de los faraones
Durante el Imperio Medio Tebano (2100 a 1150 años antes de Cristo, aproximadamente), los templos suplantaron en importancia a las tumbas desde el punto de vista arquitectónico, porque fueron construidos con una independencia que hasta entonces no habían tenido, pues durante el Antiguo Imperio dependían de las pirámides. Durante el Imperio Medio los templos se construyeron en las afueras de las poblaciones, formando verdaderas ciudades sagradas, a las que se llegaba por medio de amplias y largas avenidas bordeadas por filas de esfinges.
El templo se levantaba en medio de un espacio amurallado, aislado por un foso profundo que lo defendía de los ataques exteriores. El acceso a las puertas, situadas entre torres, se practicaba mediante puentes levadizos. La verdadera puerta del templo estaba entre dos pirámides truncas, los pilonos, profusamente decorados con relieves que reproducían los triunfos del faraón; estatuas gigantescas de él y sus familiares decoraban el frente de los templos. De un patio fortificado, con enormes columnas que remataban en capiteles en forma de flores de loto o papiro, se pasaba a la .sala hipóstila o de la aparición, destinada a los creyentes, donde se realizaban las procesiones que llevaban la divinidad en andas. Detrás de ella, la sala de la barca, reservada a los sacerdotes exclusivamente, más atrás aun, el aposento donde reposaba la imagen de la divinidad. Luego venían las habitaciones privadas de los sacerdotes y, finalmente, los almacenes donde se depositaban los víveres. Entre los templos más famosos de la época se destacan, por su majestuosa y característica belleza, los de Luxor y Karnak.
Estas casas de los dioses, así como los palacios de los faraones, incluyendo el de Ramsés III en Medinet-Abú, nos permiten formar una idea de las proporciones que la arquitectura alcanzó entre los egipcios durante el Imperio Medio Tebano. La creencia de que el faraón era descendiente del dios Ra fue causa de que se lo considerara dios a él también; así se explica la magnitud de los palacios reales, cuya disposición interior y fastuosidad recuerdan la de los templos y tumbas, aunque no lo igualen en grandiosidad ni en número.
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