LA RIQUEZA DE UN FILOSOFO


Cuando Alejandro Magno, rey de Macedonia, invadió a Grecia, ésta nada pudo hacer para defender su independencia.

Las huestes del macedonio avasallaron las ciudades que pretendieron luchar, y toda Grecia humilló la frente ante el señorío del conquistador. Generales, sabios, artistas y oradores concurrieron a rendir homenaje a este joven y admirable guerrero que marchaba firmemente hacia la cumbre del poder. Pero la ambición y la vanidad sin límites que acuciaban a Alejandro no estaban satisfechas.

Un filósofo, un pensador, que comprendía que el poder y la gloria son efímeros, parecía ignorar su llegada y vivía apaciblemente, desechando, las riquezas y la fama, en un tonel. Era Diógenes de Sinope, a quien llamaban el Cínico, por su total desprecio de todo lo terreno. En cierta ocasión, Alejandro pasaba por el bosquecillo donde Diógenes tenía su habitáculo y no pudo menos que conversar con aquel nombre cuya grandeza de espíritu no podía ignorar.

-Dime qué quieres -le dijo, pensando que nada habría en el mundo fuera del alcance de su mano. Pero Diógenes respondió simplemente.

 -Que te quites de delante, porque me privas del sol. Alejandro, dueño de un imperio nada podía dar a aquel filósofo que poseía lo mejor: amor a los hombres y a la Naturaleza.


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