LA FALSA ALERTA


Durante el sitio de Gibraltar, en el momento en que los ingleses esperaban de un instante a otro un ataque general, un centinela que habían colocado a boca de noche frente a la torre del Diablo, estaba en lo último de la muralla, silbando y fijando su mirada sobre las líneas españolas, mientras soñaba con fuego, bombas, minas, brecha y fuego de fila. Al lado de su garita tenía un puchero donde había ocultado su comida, que consistía en un potaje de garbanzos Una mona muy grande (sabido es que en la cima de esta roca vivían entonces muchos de estos animales), alentada por el silencio del centinela, y llevada del olfato, se acercó al puchero y metió su cabeza para regalarse con lo que contenía; pero después que satisfizo su necesidad, cuando quiso escaparse, no pudo sacar la cabeza, se llevó el puchero por gorro, marchando erguida sobre los pies de atrás.

Apenas esta terrible aparición se presentó a los ojos del centinela, cuando el militar convirtió al pobre Beltrán (el mono) en un granadero español ensangrentado y herido mortalmente. Ya exaltada su imaginación con esta idea, y lleno de miedo, disparó su fusil y gritó que el enemigo había escalado la muralla de defensa.

La gran guardia tomó al momento las armas con este aviso, el tambor resonó por todas partes, y en diez minutos estuvo toda la guarnición formada para la batalla.

El supuesto granadero, a quien incomodaba mucho el sombrero, que casi lo cegaba, no estuvo mucho tiempo sin ser descubierto, y su prisión restableció la tranquilidad en el campo que se había creído sorprendido.


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