EL GRILLO SALVADOR


En su libro Naufragios y comentarios, el gran viajero español, Alvar Núñez Cabeza de Vaca, que luego fuera adelantado y gobernador del Río de la Plata, nos da noticias de su trajinada vida. Cuenta que tomó parte en la desgraciada expedición de Panfilo de Narváez a la Florida.

Con otros seiscientos españoles embarcó en Sanlúcar de Barrameda, el 17 de junio de 1527, y en las costas de América un maremoto hundió la nave en que viajaba. Los únicos sobrevivientes de la catástrofe fueron Alvar Núñez, Dorantes, Alonso y el negro Estebanico, quienes, en bote primero y luego a pie, recorrieron la Florida, cruzando Texas, Río Grande del Norte, Chihuahua y Sinaola. Por entre tribus extrañas y guerreras, que por primera vez veían a un hombre blanco, haciendo de curandero, fue desde las costas del océano Atlántico hasta las del Pacífico, y luego de ocho años de continuo deambular llegó, finalmente, a la ciudad de México, desde donde retornó a España.

Tres años después emprendió Alvar Núñez otro arriesgado viaje, esta vez al Río de la Plata, en carácter de gobernador y adelantado.

En dos naos y una carabela, 400 hombres parten de Cádiz a fines de setiembre de 1540. Han dejado atrás la isla de Las Palmas. Han llegado ya a la altura de las islas de Cabo Verde. Es entonces cuando ocurre este curioso episodio qu3 Alvar Núñez consigna en su libro.

Luego de descargar y calafatear la nave capitana, que hacía agua en cantidad, prevenidos los bastimentos necesarios de agua potable, carne, galleta y otros víveres, se embarcan para proseguir el viaje. Ya en plena navegación, rumbo a América, el contramaestre resolvió averiguar qué cantidad de agua les quedaba, y de las 100 botas embarcadas no encontró llenas más que tres. Vista una necesidad tan grande, Alvar Núñez mandó se tomara tierra para aprovisionarse, y navegaron tres días en su demanda.

Al cuarto día, una hora antes del amanecer, cuando todo el mundo dormía a bordo de la nave capitana, ocurrió una cosa admirable. Iban los navíos derechos a estrellarse contra unas peñas muy altas, sin que lo viese ni sintiese ninguno de los viajeros, cuando comenzó a cantar muy fuerte un grillo que, como mascota, un soldado había embarcado a escondidas en Cádiz. Dicho soldado venía muy enojado porque, en dos meses y medio de navegación, el pequeño polizón no había dejado oír su música.

Se supone que el violinista, el simpático grillo, sintió tierra aquella madrugada y comenzó a cantar de alegría. Al oír su voz se despertó parte de la gente de la nave. Vieron entonces las peñas, que estaban a un tiro de ballesta, y comenzaron a dar voces para que echaran el ancla, “porque -dice Alvar Núñez-, íbamos al través a dar a las peñas; y así las echamos y eso fue causa que no naufragase, que es cierto, si el grillo no cantara, nos ahogáramos 400 hombres y 30 caballos, y entre todos se tuvo por milagro que Dios hizo para nosotros”.

 


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