El movimiento muralista, verdadera revolución dentro de la plástica azteca


Por lo que toca a la nueva pintura, que tanto prestigio había de dar a México, ya desde 1910 hubo entre los estudiantes de artes plásticas, con Alfredo Ramos Martínez a la cabeza, manifestaciones de repudio hacia los envejecidos estilos que predominaban; pero la verdadera renovación de la pintura mexicana se produjo hacia 1920. Pasado el período más violento de la Revolución y convencidos los pintores que los nuevos ideales sólo podían expresarse en un estilo formal e ideológicamente inspirado en la propia historia de México, nació el movimiento muralista. Como ejemplo del modo de llevar a las artes plásticas las costumbres, las tradiciones y los problemas populares, tenían la obra de Guadalupe Posada, que con sus magníficas litografías y grabados había combatido al gobierno de Porfirio Díaz. Creían, además, que la pintura como expresión nacional debía trascender las salas de exposición para entrar en los edificios públicos y llevar a una mayoría su mensaje estético e ideológico.

José Clemente Orozco, David Alfaro Siqueiros, Diego Rivera, Alva de la Canal, Roberto Montenegro, Xavier Guerrero, Fernando Leal, y tantos otros que tesoneramente trabajaron en la consecución de una técnica adecuada, constituyeron el Sindicato de Pintores y Escultores, para obtener del Estado el auspicio necesario.

En el antiguo edificio del Colegio de San Ildefonso, ocupado entonces por la Escuela Nacional Preparatoria, se plasmaron los primeros murales, que ilustraron temas de historia patria y de crítica social, y probaron materiales y técnicas para pintar al fresco. Destacanse entre ellos los de José Clemente Orozco, pintor de extraordinaria fuerza dramática cuya agudeza satirizó las contradicciones de su tiempo.

Diego Rivera pintó numerosos murales en varios de los edificios públicos de México y del extranjero, en los que se muestra brillante colorista y severo crítico de la injusticia social.

Sólido exponente del muralismo es también David Alfaro Siqueiros, que además de desarrollar un estilo personal, ha llevado a cabo interesantes experimentos en la aplicación de nuevos materiales plásticos.

El auge de la pintura mural no significó el abandono de la de caballete, y los mismos muralistas cultivaron ambos géneros simultáneamente. Pintores como el doctor Atl (Gerardo Murillo) que se han desenvuelto fundamentalmente en obras de caballete, figuran como valores representativos de la pintura mexicana del siglo xx. Por otra parte, las distintas tendencias con respecto a la forma y a lo que debe entenderse por realismo, han producido pintores de estilo muy diferente y hasta opuesto, entre ellos Rufino Tamayo y Rodríguez Lozano.

Esta nueva pintura mexicana, que nació a la luz de un ideal nacionalista, ha sido reconocida en sus valores universales a través de exposiciones presentadas en las principales ciudades del mundo, y de los numerosos murales ejecutados en el extranjero por Orozco, Rivera, Siqueiros, Tamayo y algún otro.