El nuevo imperio maya durante la época de su esplendoroso apogeo


Cierto número de historiadores coinciden en asignar al período maya del Nuevo Imperio una duración que va desde el 987 al 1697 de nuestra era. Dentro de esos siete siglos, se destacaron las ciudades de Mayapán, Chichén-Itzá y Uxmal, grandes centros de población que fueron agrupando a los emigrantes que abandonaban el Antiguo Imperio maya, aun durante la época de su esplendor. Esas migraciones se intensificaron al producirse la decadencia de aquel régimen, de modo tal que la antigua área -Palenque, Uaxactún-Copán- fue totalmente deshabitada, y los mayas, marchando a lo largo de las costas del Caribe y del golfo de México, hallaron al cabo acomodo definitivo en la península de Yucatán. No tardaron en levantarse las grandes ciudades: Chichén-Itzá, fundada por los itzaes en un magnífico sitio cercano a dos cenotes; Uxmal, centro de los xiúes; T-Ho, sobre cuyas ruinas se asienta hoy la moderna Mérida; Mayapán, núcleo político de los mayas; Izamal, Labná y Tulum.

Uno de los hechos políticos más notables que registra la historia del Nuevo Imperio Maya es el de la integración de la llamada Liga de Mayapán, formada por los itzaes, los nahuas, los mayas y los xiúes; dicha alianza ejerció un indiscutido predominio político y cultural a lo largo de dos siglos, a través de la unidad religiosa, y resultó harto provechosa para la consolidación de los elementos propios de la civilización nahua, que influyó notablemente sobre las demás. Desgraciadamente, sobrevino la ruptura de la alianza: el Gran Sacerdote y caudillo Kukulkán había depositado el poder político en la familia de los Cocom de Mayapán, pero los cocomes abusaron de su poder y tiranizaron a los otros pueblos de la Liga, lo que provocó el alzamiento del señor de Chichén-Itzá; empero los cocomes, apoyados por los nahuas, lograron imponerse en la lucha y obligaron a los itzaes a abandonar su capital; esto provocó un alzamiento general, durante cuyo transcurso los xiúes asaltaron el palacio real de Mayapán y asesinaron a los cocomes; la autoridad centralizada desapareció, surgieron jefes que formaron pequeños reinos, y se inició un período de guerras y levantamientos que, unidos a una serie de calamidades y pestes de distinto origen, sumieron a este pueblo, poseedor de tan elevada cultura, en condiciones desventajosas para hacer frente a los españoles, que no tardaron en sojuzgarlos con la ayuda de esa circunstancia.

Testimonios seculares de la grandeza del Nuevo Imperio Maya en sus momentos estelares son las sobrecogedoras ruinas de sus ciudades, altivamente erguidas en medio de la selva; de todas esas ciudades, tal vez sea Chichén-Itzá la que brindó los reservónos arqueológicos más importantes de la civilización neo-maya, y la que da una idea, la más acabada y completa, del grado de esplendor y adelanto técnico que llegó a alcanzar esta cultura indígena americana. Entre las ruinas más interesantes de Chichén-Itzá hállase el Castillo, como se llama al templo de Kukulkán; el de Quetzalcóatl, dios que luego veremos adorado por los aztecas; el templo de los Guerreros, a cuyo pie se abre el impresionante atrio de las Mil Columnas; el estadio del Juego de Pelota, extraordinario documento de la importancia que la práctica de dicho juego alcanzó en los días del Nuevo Imperio Maya: amplísimas tribunas con gradas dan cabida a decenas de millares de espectadores; sorprende también un edificio en el que algunos arqueólogos ven un observatorio astronómico, y otros un templo destinado al culto de Kukulkán, y al que todos llaman el Caracol, por su laberíntico trazado; los templos del Hombre Barbado y de los Tigres, cubiertos por murales policromados, frisos, cornisas y preciosos bajo-relieves con escenas bélicas, o estampas de la vida en las villas o aldeas mayas de notable realismo y colorido.

Entre los elementos adquiridos del contacto con otras culturas que es dable observar en el campo de estas maravillosas ruinas, debe mencionarse a las columnas en forma de serpiente, los atlantes, y los jaguares en actitud de caminar, todos los cuales son de procedencia tolteca; empero, en su nuevo estilo mayense adquirieron también características propias, un matiz específicamente maya.

Otras construcciones dignas de nuestra admiración, que aún resisten al embate del tiempo y de la selva en el solar que ocupara Chichén-Itzá, son la pirámide del Adivino, la de las Palomas, el Osario, el templo del Cenote, la tumba de Chacmool, y varias más.

La selva guarda también, celosamente custodiadas, las ruinas de muchas otras ciudades del Nuevo Imperio mayense; algunas de ellas han comenzado a ser desbrozadas de la tremenda invasión vegetal que las ha sepultado; otras, posiblemente, ni siquiera han sido descubiertas.