Las maravillas de Tenochtitlán tal y cómo las vieron los españoles


En los primeros días de su estancia en la ciudad imperial, Cortés y los suyos recorrieron, acompañados por algunos señores principales, los jardines y palacios más importantes. Visitaron así la plaza mayor y el imponente templo de Huitzilopochtl, dios de la guerra; en Tlaltelolco asistieron al colorido espectáculo del mercado indígena, al que acudían normalmente entre 20 y 25 mil personas diariamente, y casi 50 mil los días de feria, según afirman los cronistas de la época; gran variedad de productos, cada tipo de los cuales tenía su lugar asignado, se podía hallar en él sin lugar a confusiones ni desorden: mantas, vestidos, calzado, cueros curtidos, hachas de cobre, cuchillos de pedernal y obsidiana; miel, fríjoles, maíz y cacao; oro, plata y cuentas de jade; collares, adornos, mantos de pluma; cerámica de distintas poblaciones, entre cuyas variedades sobresalía la de Cholula. Luego la comitiva subió los 114 escalones del teocalli, el adoratorio piramidal, y desde la cima contemplaron el imponente paisaje del lago, surcado por multitud de canoas que desde toda dirección llegaban a la ciudad de Tenochtitlán, capital esplendorosa del imperio azteca, construida sobre islotes y comunicada con tierra firme por medio de tres calzadas: una en dirección al Sur, hasta el fuerte Xólotl, por donde entraran los españoles el día de su arribo; una segunda al Norte, hacia Tepeyec, y la tercera hacia el Poniente, que llevaba hasta Tlacopan. Unas 60.000 familias vivían allí; las calles estaban siempre rumorosas y alegres, pues abundaban las flores, a las que los aztecas eran muy aficionados.