La odisea terrestre de Don Diego de Almagro y sus esforzados paladines
Tras la repartición de territorios habida entre Pizarro y Almagro, quedóse éste con los títulos que lo habilitaban para emprender la exploración y conquista de las tierras de Nueva Toledo, como se llamó a aquellas que se encontraban al sur del Perú, y que pronto se conocerían por Chile. Pudo Almagro haber quedado en el Perú o tornado a España a gozar de la fortuna que la conquista del reino del Inca le produjera; pero, espíritu ávido de aventuras, aprestó sin más una expedición de alrededor de 500 españoles y varios millares de indígenas. Entre la lucida hueste contábanse sacerdotes, hidalgos y justicias, con todos los cuales partió el osado hombre de empresa rumbo a la ruta de Chile. Bordeó el lago Titicaca e internóse en la Puna, donde comenzaron a sufrir penalidades derivadas de la falta de agua y alimento, infortunios que se multiplicaron al aproximarse a las cimas nevadas que habrían de atravesar para llegar a destino. Perecieron entonces de frío y de hambre millares de indígenas, varios españoles y casi todos los caballos; cuenta un cronista que uno de los españoles quitóse, con la bota, los dedos del pie, sin sentirlo; bandadas de buitres seguían al desastrado grupo, para arrojarse sobre las bestias que caían muertas.
Próximo ya al paso de San Francisco, Almagro determinó seguir adelante con los que se hallaban en mejores condiciones, con el fin de buscar alimentos para los que estaban ya imposibilitados de proseguir la marcha ; así lo hizo, y llegó al valle de Copiapó, donde tuvo la fortuna de tropezar con indígenas mansos que lo proveyeron de lo más necesario. Socorridos los enfermos y hambrientos, determinó internarse un poco más al Sur, por ver si hallaba las mentadas riquezas en metales preciosos; hízolo así, sin dar con lo que le apetecía, y llegado que hubo a las proximidades del lugar donde hoy se alza la capital de Chile, decidió regresar al Perú, desengañado y exhausto, no sin antes haber topado, para desgracia mutua, con los aguerridos araucanos.
El retorno se efectuó por la vieja carretera incaica de Atacama; arribó al Cuzco y rompió violentamente con Pizarro, a quien acusó de haberlo engañado. El país se hallaba convulsionado por el alzamiento de los indígenas, provocado por Manco Cápac, a quien Pizarro había colocado en el trono, como dócil muñeco suyo, después de la ejecución de Atahualpa. Almagro tomó partido contra el conquistador de Perú, y aunque obtuvo en un primer momento ciertas ventajas derivadas de los azares bélicos, el rompimiento posterior de la palabra dada por Pizarro llevó a la muerte a don Diego de Almagro: anciano, enfermo, fue apresado por los Pizarro, y condenado a la infamante pena de garrote, sentencia cumplida en 1538.
Así pereció el descubridor de Chile. Empero, pese al desastrado fin de aquella aventura, no faltó quien emprendiera nuevamente la ruta de los Andes, tras las huellas del infortunado precursor.
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