Cómo los muchachos mapuches eran severamente educados para la guerra y el heroísmo
Asombra pensar que con sólo sus primitivas armas: flecha de madera de colihue, honda, lanza de cuatro a cinco metros, y macana, el mapuche haya logrado mantener tan larga lucha. De todos estos instrumentos bélicos, el más raro es la macana, palo duro, de casi tres metros de largo y del grueso de la muñeca, con un extremo ensanchado a manera de cachiporra, cuyo golpe era capaz de derribar a un caballo. También integraban el equipo de combate del guerrero mapuche o araucano, las boleadoras o bolas, piedras talladas con una muesca en el centro, unidas con tientos, que arrojadas de modo que rodearan los miembros del enemigo en la huida, lo derribaban en tierra para ser cogido vivo y sacrificarlo luego en acto ritual, por creencias, que más adelante expondremos, de carácter supersticioso.
Las armas defensivas, el escudo o pechera, y el casco, solían hacerse de cuero de lobo marino, acolchados por dentro con lana; sin embargo, las armas defensivas sólo se generalizaron tras la lucha con los españoles.
Los jóvenes mapuches crecían en libertad hasta los catorce años. En llegando a esa edad, comenzaba la preparación de los muchachos en las artes de la guerra, y de las niñas en las labores domésticas, que incluían también trabajos del campo, pues se consideraba indigno que el joven guerrero empuñara otros instrumentos que no fueran sus armas.
Ejercicios de habilidad física que hoy llamaríamos gimnásticos, pruebas atléticas, y carrera, unidos a los simulacros de luchas, a veces sangrientos, eran practicados por los adolescentes mapuches por espacio de tres años, al cabo de los cuales, y después de probar su destreza y dar testimonio de virilidad, eran acogidos en la casta de los guerreros.
La organización militar fue la mayor manifestación de unidad que forjaron los araucanos; no constituyeron nunca una nación, ni tuvieron un jefe único, salvo el toqui, o caudillo militar, que durante el tiempo que durara la campaña ejercía un poder indiscutido.
La guerra de emboscadas, a la que se prestaba excepcionalmente la configuración física de la Araucania, la practicaron los mapuches con tal éxito que, prácticamente, no cambiaron su táctica en tres centurias. Aun en 1881 los últimos toquis condujeron sus huestes como pudieron hacerlo sus épicos antepasados, Lautaro y Caupolicán.
Los mapuches procuraban capturar sobre todo a aquellos guerreros enemigos que se distinguían por su vigor y bravura, para después sacrificarlos, beber su sangre y comer su corazón y su carne; creían apoderarse así de las viriles facultades del muerto.
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