Comodidades que brinda un avión de pasajeros
Y una vez alcanzada la altura ideal, el avión se nivela suavemente y comienza el veloz crucero a través de brillantes rayos de sol o de un cielo cubierto de estrellas. Ya podemos desprender el cinturón, leer, conversar, escribir, o levantarnos del asiento y acudir al pequeño bar del avión para tomar una bebida o una taza de café. Avanzamos tan suavemente y con tanta estabilidad que, a pesar de la extraordinaria velocidad, no sentimos la impresión de vuelo. Creeríamos estar suspendidos en el espacio, y, al observar desde las amplias ventanillas, apreciaremos abajo el espectáculo de un mapa extendido ante nuestros ojos o de un océano de blancas nubes. No hay vibraciones; sólo el callado murmullo de los motores nos indica que avanzamos en el aire f. más de 800 kilómetros por hora. El vuelo tiene la maravillosa tranquilidad de un sueño.
Con sólo tocar el timbre la camarera estará a nuestra disposición y nos facilitará lo que necesitemos, ya sea una almohada, material de lectura, papel para escribir, etcétera. Los kilómetros pasan rápidamente. En derredor del avión el sol inunda una atmósfera transparente, y la nieve brilla abajo en la cima de las altas montañas. Pero dentro de la cabina, la temperatura se mantiene templada, gracias al aire acondicionado, y la presión atmosférica a 14.000 metros es equivalente a la que encontramos a una altura de 2.500; en altitudes menores, la “altura” de la cabina también será menor.
Y ahora llega la hora de la comida. Probablemente ti recuerdo de este momento será de los más gratos de nuestro viaje. Las compañías se han esmerado en la preparación de manjares exquisitos, para lo que contratan jefes de cocina de probada fama. Las bebidas, que se ofrecen con las comidas y en cualquier momento que lo deseamos, comprenden el champaña y variados licores, y se incluyen en el precio del pasaje de primera clase; los pasajeros de las otras clases pueden solicitarlas por precios muy reducidos. Todos los servicios del avión proclaman distinción, confort, cortesía y en el tocador las señoras encontrarán una variedad completa de artículos para el aseo y la belleza.
Nuestro primer viaje en avión nos hace sentir infinitamente pequeños, sobrecogidos por la belleza de ese inmenso mar de nubes que nos rodea, o, unos minutos después, por la dilatada extensión del océano en que se espejea la luz del sol, o por la brillante cinta de un río que corta, miles de metros debajo de nuestros cuerpos, la superficie monótona de una llanura o el verdor intrigante de una selva.
¿Cómo no dejar un momento que la meditación, estimulada por la maravilla que estamos viviendo, nos transporte a las épocas, no tan lejanas, en que el mero anunciar que el hombre pudiese dominar el espacio parecía una temeridad o el fruto de la imaginación de algún agudo novelista? El ingenio y la mano de los hombres han hecho posible el milagro de que hoy disfrutamos, nos sentimos agradecidos y llenos de alegría por ello...
Pero nos arranca a nuestros pensamientos el llamado del altavoz: el vuelo llega a su término. Las horas han pasado y los kilómetros han desaparecido. Se ha hecho de noche. La ciudad parece saludar nuestra llegada con la farándula de sus luces encendidas que se hacen calles y racimos. Pocos minutos más, y un leve impacto indicará que el avión tomó contacto con la tierra y que corremos por la pista. Antes de que tal suceda, aprovechamos el silencio y la noche. Estuvimos en las alturas y la Tierra giró a nuestros pies; salimos de nuestro país y llegamos a tierra extraña donde las costumbres y la civilización quizás sean distintas; en poco tiempo pasamos de hoy al ayer, del Oeste al Este, de una cultura a otra diferente; estuvimos cerca del cielo y alejados de la tierra. Pero siempre salimos de entre los hombres y volvemos a ellos, a esa humanidad que inventa y crea, que acorta distancias, que se acerca físicamente. Y ahora pensemos: ¿la paz y la serenidad de las alturas llegarán algún día al corazón de todos los hombres y posarán definitivamente sobre la tierra?
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