Un poco de historia. Evolución del correo
El sello postal es una invención moderna, como que data de mediados del siglo pasado, que alcanzó pronto inmensa difusión debido a su practicidad y a los beneficios que entraña su aplicación.
A principios de la Edad Moderna, se formaron en Europa instituciones llamadas cofradías, que tomaron a su cargo la conducción y distribución de la correspondencia oficial y particular, tales como la de San Marcos, en Barcelona, España. En el año 1505, el emperador Maximiliano I de Austria creó el oficio de Correo Mayor en todos sus dominios; pocos años después, en 1514, los Reyes Católicos de España designaron Correo Mayor de las Indias, con privilegios perpetuos especiales, a don Lorenzo Galíndez de Carvajal y a su residencia en Perú. El oficio de Correo Mayor de Portugal fue creado en 1520; el de México, en 1580; el de Guatemala, en 1602, y el de Cuba, en 1754.
Desde esta época hasta la Reforma Postal de 1840, los remitentes de las piezas postales -cartas, misivas o pliegos- pagaban el costo del viaje de los correos, y los sobrescritos, que no llevaban indicación postal alguna, eran resguardados con cuero o envueltos en telas impermeables, y despachados en valijas o petacas por correos a caballo o a pie. En América del Sur, estos correos se denominaron chasquis. En la época a que nos referimos no existían todavía las postas propiamente dichas, sino sólo pequeños resguardos que se denominaban tambos, en Perú.
En el año 1706, España reivindicó para la Corona los privilegios de los correos mayores de la Península, y medio siglo más tarde hizo lo propio con los de las Indias, creando, sobre la base de estos oficios, la “Real Renta de Correos, Posta y Caminos”; desde entonces el correo fue monopolio del Estado. A partir de ese momento se prohibió la conducción de cartas por particulares, y se estableció que todas debían ser entregadas a las estafetas o postas, para ser despachadas en valijas cerradas, y se dispuso que los destinatarios debían abonar el importe del franqueo, calculándose éste de acuerdo con el peso de la pieza y la distancia del punto de destino, para lo cual se empleaban los itinerarios oficiales, con indicación de caminos y distancias. Para certificar el punto de origen se estampaba en la cubierta de las piezas un sello o signo postal, con el nombre del lugar y el país, y si el remitente abonaba el porte se le aplicaba la leyenda Franca, a fin de que la carta fuese entregada sin cargo en su destino. Este sistema era sumamente complicado y exigía, para el control de los envíos, llevar innumerables cuentas de cargo y datas de porte, y un engorroso sistema de contabilidad.
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