Lo que nos enseñan las tumbas y ciudades sepultadas
También se averiguan muchas noticias relativas a tiempos pasados abriendo los sepulcros subterráneos, en especial los de Egipto,
En aquellos tiempos, se enterraban junto con los muertos, todo género de objetos; las tumbas estaban tan secas y herméticamente cerradas que todo cuanto contenían se ha conservado perfectamente. Se han hallado en ellas muñecas que, mucho tiempo antes de que Moisés naciera, sirvieron para entretener a la niña a cuyo lado aparecen enterradas; sonajeros con los que jugó algún pequeñuelo egipcio de bronceada tez, en tiempos en que José gobernaba el Egipto; peines y espejos de señora, aderezos de oro y joyas con que iban adornadas quizá las hijas de Israel cuando atravesaron el Mar Rojo. Y así, poco a poco, reuniendo esos diversos conocimientos fragmentarios, reconstituimos la vida de aquellos tiempos, del mismo modo que, para reconstituir el conjunto, reunimos los pedazos sueltos de un rompecabezas.
Existe, por último, otro medio para llegar a ese fin, y es el de hallar ciudades sepultadas, tal como lo eran hace centenares de años. Esto se consigue mediante excavaciones llevadas a cabo metódica y ordenadamente; gracias a ellas, en algunas partes de Asia, como en las cercanías de Babilonia, se han puesto al descubierto ciudades que dejaron de existir hace muchos miles de años.
Centenares de esas historias de piedra han sido sacadas de las abrasadoras arenas de Egipto; grandes columnas de piedra, momias, milenarias, frescos de inapreciable valor, los diez grandes templos de Abidos, la maravillosa estatua de la reina egipcia Tii y otras muchas cosas raras y preciosas. Los sabios pueden ahora descifrar esos tesoros ocultos con la misma facilidad que si se tratara de leer un libro.
Se han descubierto en Egipto las ruinas de un gran edificio, la biblioteca de Alejandría, y por medio de las inscripciones que figuran en sus paredes y de los volúmenes de papiro sepultados bajo la arena del desierto, hemos averiguado que era una gran Academia a la cual acudían, para estudiar, los eruditos del mundo entero.
La biblioteca contenía 700.000 volúmenes. ¡Calcúlese cuánto trabajo supone semejante biblioteca, teniendo presente que no se conocía entonces la imprenta! Todos los libros eran escritos a mano por personas a quienes damos el nombre de amanuenses.
Despréndese de todo eso, que no hay cosa alguna que sea obra de la casualidad. De manera que, si llegamos a ser bastante sabios, averiguaremos por qué vivimos y de qué modo estamos relacionados unos con otros. Porque todos, en realidad, somos miembros de una gran familia. Podría decirse que los distintos pueblos son como las cuentas ensartadas en un hilo; cada una es diferente, y está aislada, pero todas se hallan enlazadas entre sí por el mismo hilo que las une. En el transcurso de la historia del mundo aparece constantemente este lazo de unión; en él descubrimos la existencia de un plan, conforme al cual se van desarrollando todas las cosas, y comprendemos que la mano de Dios impulsa y dirige el Universo,
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