Narraciones de la abadía de Westminster
La abadía de Westminster, con sus tumbas reales y sus sepulcros de hombres célebres, es uno de los principales monumentos de Londres, y el gran santuario nacional de Gran Bretaña. Un sepulcro en esta Iglesia es el mayor honor que esa nación concede a sus hijos más esclarecidos. Dícese que el rey sajón Sebert mandó construir, en 616, una iglesia y un convento de monjes benedictinos, en honor del apóstol san Pedro, en el lugar que hoy ocupa la abadía. Aquel convento se llamó Westminster, esto es, monasterio del Oeste, por su situación con respecto a la ciudad.
Lo destruyeron los daneses, lo reedificó el rey Edgardo en 985, y la iglesia o abadía de Westminster quedó terminada a mediados del siglo xiii. Tiene forma de cruz latina y el interior, de armónicas proporciones, produce excelente efecto. Entre los monumentos y sepulcros de este templo citaremos los de lord Beaconsfield, novelista y político; Jorge Canning, célebre orador; Livingstone, el explorador; Ricardo Cobden, economista; Isaac Newton, Darwin, Gladstone, Shakespeare y Carlos Dickens.
La célebre abadía, en la cual son coronados los reyes de Gran Bretaña, está dotada de innumerables concesiones y notables privilegios reales.
Muchos libros se han escrito acerca de esta abadía, que tanta importancia ha tenido en la historia del país, durante el transcurso de mil años; veinte siglos han transcurrido aproximadamente desde que en el lugar que hoy ocupa se construyó el primer edificio, que, según fundadas conjeturas, fue un templo pagano. Demolido a fines del siglo ii de nuestra era, sobre sus ruinas se erigió una iglesia por orden del rey británico Lucio, cuyo único pensamiento fue levantar un templo donde se predicara la religión cristiana y se le erigiera un sepulcro, al pie del cual oraran los monjes.
Más tarde, desapareció el monasterio y con él los monjes, sus moradores, quedando tan sólo en pie la iglesia, en el estado en que hoy puede verse.
Fue la abadía por largo tiempo el corazón de la corte y de la vida religiosa del pueblo inglés. Ella constituyó el lugar especial destinado a la coronación de los reyes, y al solemne bautismo de sus hijos. Los abades gozaron de gran influencia y mando; mas a veces sus disposiciones excitaron la indignación del pueblo, el cual se amotinó y los obligó a buscar su salvación en la fuga. Tales disturbios no duraban largo tiempo; restablecíase prontamente el orden, los cabecillas eran decapitados y a los demás sediciosos se les aplicaba el castigo, entonces común, de corlarles los pies o las manos, como ejemplo aleccionador.
Varios reyes enriquecieron con magníficos presentes la abadía y depositaron en ella las reliquias traídas de Palestina por los caballeros que regresaban de las Cruzadas.
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