LA SELVA TROPICAL BRASILEÑA - José Pereira de Graca Aranha
La selva tropical es el esplendor de la fuerza en el desorden. Árboles de todos tamaños y de todas las formas; algunos que se levantan, erguidos, procurando emparejarse con sus semejantes, y trazar la línea de un orden ideal; otros que salen al encuentro, interrumpiendo la simetría, se encorvan hasta llegar al suelo con poblada y sombría copa. Unos, anchos, que trazan un radio de sombra como para cubrir a un escuadrón; éstos de tronco enorme, que no podrían abrazar cinco hombres; aquellos tan sutiles y afilados, irguiéndose para espiar al cielo y metiendo la cabeza por entre el inmenso verde que es la copa que sobresale encima de todos los demás.
Una infinita variedad de arbustos crece en torno de las plantas de los gigantes verdes; os una menuda floresta, compacta y atrevida, en el seno de otra más amplia y opulenta. Y todo se yergue, extendiéndose sobre la tierra, componiendo un conjunto enorme hecho de miembros aspérrimos, entretejidos en lo alto por la cabellera ruda y densa de los árboles, y abajo por la red de las fuertes e indomables raíces; todo él se entrelaza, enroscándose entre los brazos gigantescos, prendiéndose como tenazas en una gran solidaridad orgánica y viva ... Por los claros de la floresta virgen, por la transparencia de las hojas, desciende una discreta claridad, y en esta suavísima iluminación se desarrolla dentro del bosque el escenario pomposo de mil coloraciones. Éstos son en vivos colores, llenos de calidez, pero la gradación de la sombra que ora avanza, ora se aleja, les comunica desde la negrura del verde hasta el desmayo del blanco, la escala de matices completa, triunfal. Y allí, en cada recodo del camino, las puertas del bosque forman un lejano círculo azulado, como puertas hechas sólo a luz, y de una zodiacal luz estilizada, suavemente infinita ...
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